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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

El juego colectivo

Fue terrible. Una tragedia de las importantes que jalonan el telediario. Miraba atónito sin poder levantar la vista del maldito aparato, sin articular palabra y conteniendo la respiración para no mezclar ese ruido tan humano, tan terrenal, con la carga sublime de la noticia, con la trascendencia del asunto y el sinvivir de su protagonista. Observaba su cara, sus gestos y conmovido me solidarizaba con él, el más bello, dice, y el que mejor juega a esto del balompié, dice también.
Ya habrán deducido que hablo, o mejor hablaban, de Ronaldo, Cristiano para más señas. Desconsolado estaba porque no había marcado un gol y aunque había ganado su equipo, al pájaro no le gusta nada quedarse sin mojar y lo demás le trae al pairo. Que le cuentan que esto es un deporte colectivo, a él, el más divino, ese argumento le parece menor y no le persuade. Que le explican que si pasa al compañero es más probable que la jugada acabe con el balón en el fondo de la portería rival, pues tampoco para él es concluyente. Que sus colegas que visten la misma camiseta también tienen su corazoncito y una madre a la que le hace ilusión que su hijo marque un gol, nada, que no le convence. Él a lo suyo, a sus penas, a su pose de Virgen de las Angustias, del San Manuel Bueno y mártir, de Unamuno. Ya ven que el chaval no remonta y el del telediario, tampoco, que por el tono de voz parecía más disgustado que el protagonista, el menda de los aullidos.
El tipo será extraño, por decirlo de alguna manera, bastante insolidario con sus compañeros y un poco exagerado en sus muecas que parecen una enorme impostura, pero no se le puede negar que posee madera de líder o, al menos, eso le atribuyen los animosos periodistas deportivos. Todos le siguen sin rechistar e incluso el público imita ese sonido gutural que ha puesto de moda. Y claro, como toda persona corriente, aunque este pretenda ser tan etéreo, tiene su fecha de caducidad y más si es un deportista. Se le acabará la cuerda y se jubilará, para lástima de sus fieles devotos. Y entonces se descompondrá el equipo, algo que pasa en las organizaciones que todo lo fían a un líder, al personalismo.
Ejemplos de imperios que han desaparecido al hacerlo su emperador hay decenas. Sin ir más lejos, aquí en la guerrera y santa Segovia ha ocurrido en su ahora atribulado Ayuntamiento. Fue irse el jefe, el gran jefe, el que usted y yo sabemos, y empezar a desfilar concejales socialistas como en la canción de los diez perritos. Unos con más estruendo que otros, eso es evidente, pero al fin y al cabo todos con la sensación de que al faltar el gurú su vida política ya no tenía sentido. Y aunque el líder muchas veces no les diera bola, como Ronaldo y se arrogara todos los méritos para él, también como el futbolista, sus compañeros estaban tranquilos, serenos al saber que siempre les quedaba él, el jefe, cuando el asunto se complicaba o había que lanzarse sin piedad a por el enemigo.
Y en el medio, la alcaldesa, tragando saliva ante la avalancha de renuncias y con el seguro deseo de que esto termine de una vez, de que empiece la nueva temporada dentro de tres semanas y todo vuelva a su ser. Aunque, mientras, la sombra del líder se mueve como si quisiera continuar con su ansia de goles, sin importarle, como a Ronaldo, que esto es un juego colectivo.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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