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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Los rebeldes del turismo

Qué duda cabe que el turismo es un gran invento, pero ya viejo. Ajado por el paso de los años, desde que vimos a las suecas en bikini o a Fraga en bañador tamaño superlativo en las aguas de Palomares el asunto turístico ha evolucionado tanto que si el mismo Don Manuel levantara la cabeza no lo reconocería. Lejos queda el sol y playa como casi único destino y perdido en el horizonte también ya se antoja el tiempo en el que el veraneo no estaba al alcance de todos, ni mucho menos.
El cambio, como en todo, ha sido brutal, tan bárbaro como los extranjeros que se tumbaban y se tumban en nuestros arenales. Ha transcurrido más de medio siglo desde que empezamos a vislumbrar este negocio que, con los años, es uno de los principales motores económicos del país y hoy ya casi nadie es ajeno a los ahora euros y antes duros que deja lo que en su día fue un invento del demonio. El turismo llegó entonces entre la desconfianza de los guardianes de las esencias patrias y vino para quedarse y solucionarnos buena parte de nuestra cuenta de resultados. Porque aquí nadie le hace ascos, ya seas de Girona o de Huelva, de Finisterre o de Almería.
Y para exhibir ese amor eterno que le hemos jurado, prometido o la fórmula que cada uno quiera emplear, del descubrimiento general que fue el turismo hemos pasado al invento específico que son sus ferias. Entre ellas, seguro que saben que Fitur es la más pinturera, la de Madrid que se ha celebrado esta semana. Allí conviven casi diez mil empresas y cientos de profesionales que persiguen que lo suyo destaque entre la profusión de ofertas. Y todo sin que les entierren los folletos o sus cazadores, esos que llenan bolsas sin que aún nadie conozca para qué narices lo quieren.
En ese febril estado de pasión por el turismo que es la feria, ya conocen que también está nuestra Segovia. La ciudad y la provincia, que hay que diferenciarlo porque cada uno tiene sus cosas y sus cabezas. Año tras año van allí y tratan de que el mayor número posible de personas vean sus propuestas y se enamoren de ellas. Acueducto, Alcázar, palacio y jardines de La Granja, el mudéjar de Cuéllar, las hoces del Duratón y un sinfín de atractivos patrimoniales y naturales ocupan la primera fila junto a la sagrada gastronomía y su tótem: el cochinillo.
Hasta ahí todo normal. Lo habitual que se repite como un día de la marmota. Un bucle asumido en la rutina que a cada uno le toca vivir. Sin embargo, siempre hay rebeldes, gentes que quieren hacer la revolución. Son los ideólogos, los que en cada edición sobreinventan sobre el invento que es el turismo. En cada feria sienten la necesidad de crear otro producto, original y único, de parir una idea que muchas veces solo tiene el recorrido de esos días y carece de continuidad.
Un año es el turismo religioso la gran novedad; otro, el industrial, para pasar al micológico, al enoturismo o al ornitológico. Y que me dicen del turismo cinematográfico, o del de salud que tienen su público y en aumento. Cada año ponemos el foco en alguno de ellos como la gran solución para ser visibles entre tanta competencia. Pero los tipos se agotan y llegará un momento en que solo nos quede promover el narcoturismo o el sexual. Y que quieren que les diga: que no lo veo yo Segovia como ese destino, por muy rebeldes que nos pongamos.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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