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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Perdidos en el camino

Es mi intención en agosto dejarles a ustedes con sus cosas e irme a hacer el Camino de Santiago. Bueno, un tramo, con unas etapas adecuadas a mi condición de andariego menor, que los excesos no son recomendables. Ya el año pasado realicé mis pinitos en la senda que conduce a la eternidad de la capital gallega, con algo más de un centenar de kilómetros recorridos y con el premio al llegar de una compostela más bonita que un San Luis y una cena en el restaurante más frecuentado por los nativos del lugar, que está fuera de las garras de los turistas y peregrinos convencionales.
En esta oportunidad mi idea es lo mismo, pero no es igual. Otra vez quiero superar los cien kilómetros y que todo discurra por tierras gallegas, sin tocar otra comunidad. Creo que así te metes más en el personaje e, incluso, se te pone la voz cantarina y sueltas algún carallo que otro. Cada uno tiene sus manías y en esto del Camino no vean qué cantidad exagerada de rarezas tienen sus transeúntes, algo por otra parte lógico en un entorno de leyendas y supersticiones. Sin embargo, a pesar de que hay gente para todo y de lo más variado en los caminos que conducen a Santiago, un nexo común preside esta especie de aventura que vivimos a la carta: llegar, como sea, aún con ampollas en los ojos si hace falta.
Y es curioso comprobar que en una sociedad donde rara vez salimos de nuestra zona de confort, lo de hacer el Camino es una excepción. Con el móvil en silencio, con una dieta que suele evitar comilonas y con un espíritu muy cívico con los desperdicios aquello parece el mundo feliz, en el que nadie es más que nadie y todos somos saludables, empáticos y buena gente, en general. Así también es en los albergues, aunque supongo que cada uno lleva la procesión por dentro. Allí, la mayor parte de las veces entre ronquidos –es increíble comprobar el porcentaje tan alto de peregrinos que roncan– convives con una facilidad pasmosa, como si toda la vida hubieras sido amable y tolerante con los demás. Creo que no pensar en nada más que en llegar, en cumplimentar cada etapa, es la clave de este extraño y cursi universo de felicidad.
Otra de las curiosidades de esa dicha eventual que es el Camino es que son las vacaciones más democráticas posibles. Como el cocido en gastronomía, en el que cada uno se echa lo que le da la gana, en esto de ser peregrino hay opciones para todos los gustos y públicos. Desde hacerlo al lado de casa, en cuatro etapas en Segovia, por el llamado Camino de Madrid, viniendo por Cercedilla hasta Zamarramala, donde hay un albergue, para continuar a Santa María la Real de Nieva, Coca y Villeguillo, hasta irte más allá de Santiago y llegar al fin del mundo, a Finisterre.
Las posibilidades son muchas y seguro que cada uno de los caminos posee detalles que lo convierten en diferente. Tramos y etapas; madrugadas y mediodías que te dejan con la sensación de estar realizando algo único, de tocar con las yemas de los dedos la paz y la inocencia que cada uno extraviamos tarde o temprano. Porque sepan una cosa: todos somos buenos tipos hasta que en algún momento nos perdemos en el camino. Y si a ustedes les ha pasado, desconozco si volvieron a encontrarse. Sé que yo no y por eso repito el Camino por si me encuentro y vuelvo a ser el mismo. En septiembre, si hay novedad, les cuento.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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