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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Bienvenido Juan Bravo

 

canaleja

Tarde de expectación, tarde de decepción. Es lo que vivimos con la surrealista actuación –porque era una actuación– de Puigdemont, el mago de la palabra, el nuevo Ozores que habla sin que se le entienda o el Cantinflas del siglo XXI, que parla mucho para no decir nada. Expectación defraudada como en históricas tardes taurinas y los españolitos sin salir de nuestro asombro ante el incalificable sainete al que nos someten y que parece no tener fin.
Creo que ahora que se reabre el teatro Juan Bravo deberían incluir a esta compañía especializada en tragicomedias, con el argumento de la dolorosa fractura social que han provocado en Cataluña con un sentido del humor ininteligible y negro como el tizón. Podía ser el estreno el último día de noviembre, fecha prevista para que la bombonera segoviana reabra sus puertas en la Plaza Mayor después de un año de obras. Sería un éxito, aunque veo al president lánguido y desesperado por quedar bien con todos y aplicando aquello de para que vamos a quedar mal pudiendo quedar bien, lo que ocurre que al revés. Me tendrían de espectador, aunque conviviría con el temor de que se suspendiera la función al poco de comenzar, que Puigdemont es muy de marcha atrás.
Por fortuna al Juan Bravo vendrán espectáculos más consolidados y no tan endebles como el de los independentistas catalanes, con actores de medio pelo y actrices de pelo cortado a tazón. Y así el teatro segoviano volverá a dar vida al casco histórico de la anciana Segovia y a su Plaza Mayor, triste desde que el recinto cerrará para lavar, cortar y peinar. La fachada ya está con su color pastel y sus balaustradas relucientes y Don Antonio Machado espera, regordete él, a la puerta para ver llegar a los segovianos que tanto echan de menos su teatro.
La expectación es grande y la decepción espero que inexistente. Dicen que la obra servirá para el aislamiento acústico del edificio y para mejorar los camerinos, esas entrañas del teatro que ni usted ni yo vemos, pero que podemos imaginarnos algo decrépitas y con sabor a los viejos teatros en los que los artistas preferían venir cambiados desde el hotel. Y además, lo que es una buena noticia, la sala tendrá una minisala en la planta superior, antes dedicada a exposiciones. Cumplirá la función de hermana pequeña para que las pequeñas cosas también puedan verse en el gran teatro de los segovianos.
Ya estoy visualizando el patio de butacas, ese que por arte de birlibirloque y de la tecnología se transforma en un salón diáfano, con los asientos bajo la tarima. Y lo veo lleno, con gente en la calle con ganas de entrar pero sin sitio. Hemos estado un año de esta manera, sin una voz, ejerciendo de esa mayoría silenciosa que tanto desprecian los Puigdemont y sus cadenas de televisión al servicio de la causa. Hemos aguantado para que nuestra bombonera esté aún más dispuesta a depararnos noches de gloria en el corazón de la ciudad.
Solo falta que la programación acompañe y que pasen otros muchos años antes de que el teatro pase de nuevo por el taller. Y que usted y yo, lo veamos, claro. Igual entonces Puigdemont ya se ha decidido. O no, e interpreta a Hamlet en el Juan Bravo.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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