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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Tres veces menos que nada

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Enumeraba Don Alberto, heredero del mesonero Cándido, con la gracia de quien tiene más tablas que un aserradero, la prolija actividad de Pablo Martín, ya Don Pablo por gracia de la edad y de la sabiduría. Y lo hacía esta semana en la fiesta del sexagésimo cumpleaños del que, para que ustedes sepan quien es, lleva más de cuatro decenios como metre, sumiller y alma del viejo mesón a los pies del Acueducto. Ah y también famoso por su inconfundible bigote.
Parodiaba el mesonero, al más puro estilo Gila, la extensa relación de cargos de Pablo –dicen que más que Atilano Soto en su época dorada– con un espectáculo antes de trinchar los cochinillos que íbamos a meternos entre pecho y espalda en la fiesta. Y como si hubiera llamado a una gran empresa de esas en las que hablas con una máquina, interpretaba:
–Para hablar con Pablo Martín marque 1 si es como metre de Cándido; 2, si es como presidente nacional de sumilleres; 3, si es como concejal en Turégano; 4, si es como presidente de la asociación de camareros… y si no responde, marque 7 para que se ponga su secretario, Pali.
La carcajada por la descripción tan certera inundó los salones del Pórtico, en los que Pablo invitó a centenar y medio de personas para que les constara que entra en la respetable decena de los sesenta, esa que se identifica con la jubilación y con los nietos, si tienen a bien sus hijos Dani y Pablito. Y Pablo, ruborizado, y no por el vino, y emocionado movió su bigote para asentir que nada mejor para definir a un multiservicio e hiperactivo como él. A su lado, Mariángeles, a la que Job y su paciencia profesan una gran envidia porque es muy probable que les quite el sitio.
Que quieren que les diga: si estuvieron me comprenderán y si no fue así –probablemente porque a Pablo se le pasó invitarles, como reconoció– he de decirles que aquello se convirtió en un compendio de gentes afiliadas al ‘bigotismo’, una corriente de lealtad que ya quisieran empresas que tratan de fidelizar clientes o políticos en busca de votos cautivos. La pluralidad de los convidados al entrañable sarao se diluía para convertirse en un aprecio unánime.
Y dicho todo esto no apto para diabéticos, como es mi caso, a mí me emocionó estar codo con codo con los de Turégano; con colegas de los medios de comunicación; con sus sumilleres y camareros; con sus compañeros del Mesón de Cándido o de la política o con sus amigos de la peñas gastronómicas doce más uno o la del chupito de hierbas, que tan solo duró una convocatoria pero que aún recordamos. O con gentes más allá de nuestros modestos límites provinciales, como el seleccionador de fútbol sala o el presidente del torneo de tenis de El Espinar, deportes sin secretos para Pablo y que quizá en otra vida llegue a practicar e incluso presidir, como es su costumbre.
Tenía ganas de hablar de Pablo y su multitudinario cumpleaños me ha regalado esta opción, que no quiero desaprovechar para proclamar mi predilección por este tipo que si tuviera vocación sacerdotal sería Papa y si no hubiese tanto clasismo en la política de provincias sería ministro. Pero aún hay tiempo, amigo, y como en el bolero si veinte años no es nada, sesenta años es tres veces menos que nada.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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