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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Silencio, se viaja

Como quien quiere recuperar el pulso después de un largo descanso, Segovia se despereza con la llegada del verano. Calor calor, lo que se dice calor, no acaba de instalarse en la ciudad y los dos centenares de municipios que llenan el mapa provincial y que reciben a sus miles de hijos que algún día debieron salir en busca de oportunidades. Se fueron en un viaje de ida con el billete de vuelta cerrado para los meses de estío, para vivir las tardes de sol y moscas que hacen retroceder a la gloriosa infancia.
Y vuelven con niños, muchos niños, para quienes tener pueblo es un valor, que además restriegan por la cara a sus colegas urbanitas que carecen de esa suerte. Toman las calles, alborotan y devuelven la sonrisa y el bullicio a localidades que cohabitan en invierno con la terrible despoblación. Es el momento, ahora en verano, del medio rural, del regreso a la alegría, de la ruptura del silencio que todo lo envuelve en las interminables jornadas de los pueblos pequeños.
Allí agradecen la presencia ruidosa de los chavales, algo que no ocurre en Renfe, que persigue todo lo contrario con un invento curioso. La operadora ferroviaria –el tren, vaya– ha puesto en marcha el llamado Ave silencioso, que contará con vagones en los que no pueden viajar menores de 14 años y donde los pasajeros deben hablar en tono bajo y, agárrense, no han de establecer conversaciones duraderas. Todo ello con una iluminación tenue y sin megafonía. Por supuesto, seguro que ya se lo imaginan, no se debe utilizar el teléfono móvil y las mascotas las deja usted en casa o en la estación. Y, por descontado, no venden billetes con tarifas para viajar en grupo, porque suelen ser dicharacheros e, incluso, qué desfachatez, se ríen.
Si la idea roza todas las discriminaciones habidas y por haber y seguro que es contraria a no sé cuantas leyes de esas que elaboran para que seamos todos más iguales e igualas, el colmo del asunto radica en que quien desee viajar así, en un monasterio sobre raíles, no tendrá que rascarse más el bolsillo que quien lo haga en un vagón estruendoso, lleno de niños que pegan los chicles al asiento y gritan como cochinillos o de suegras parlanchinas que desmenuzan los programas televisivos del corazón. No, pagan lo mismo y presumo que en billetes, que las monedas son muy revoltosas.
Dirán que cuál es el motivo para que Renfe, siempre tan nuestra, ponga la mordaza a sus leales usuarios en un país en el que hablar por hablar y contar tu vida al de al lado es un deporte nacional. Nos gusta mover la lengua y como es gratis ahora más que nunca, en estos tiempos de oscura crisis, como los vagones del silencio. La razón que esgrimen es que esta forma de coger el tren cada vez posee más demanda por quienes quieren aprovechar el tiempo para darle al ordenador –cuidado con los ruidos del teclado o del motorcillo– o para descansar –precaución con roncar que te tiran del tren en marcha–.
Y yo no sé qué hacer cuando vaya a tomar un Ave. Eso de no aguantar a las criaturas de los demás me parece que es de ley; o no tener que oir la conversación duradera de los vecinos de asiento o los absurdos tonos de los dichosos móviles, también me apetece. Pero que cueste igual, no lo veo. Que quien quiera lujos pague y calle, que así empieza a entrenarse para el viaje.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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