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mis tripas, corazón

Amy se bebe el Chanel

Desde lo de Amy, tiemblan directores de periódicos, revistas y otras publicaciones. Reciben en su correo miles de peticiones, más bien súplicas, de columnistas que quieren vender su género a 3.000; están dispuestos a hacerlo por 2.500. Yo a ese precio ofrezco género, número y, si me pilla en cuesta de enero, aunque sea en marzo, hasta mi cuerpo.

Desde lo de Amy, conocidos, amigos y otros curiosos no dejan de preguntarnos a cuánto está el kilo de columna. Mira, según sea babilla, morcillo, brazuelo, falda, espaldilla, lomo alto o costillar, el precio debería variar. Pero no. Ni siquiera el del rabo. Las palabras, al contrario que la ternera, han bajado de precio en el último lustro. Me refiero a nuestras palabras, a las de periodistas, columnistas u opinadores obreros. Existe una élite de grandes firmas que venden el cuarto y mitad a precio de oro; otra de cojonudos escritores de los que “pide por esa boquita y tus deseos serán cumplidos”. Y están luego los caraduras que no sé cómo se las ingenian para dejar a todos a la altura del betún en cuanto a valoración de su trabajo. O de su mentira.

Desde lo de Amy, en los ratos que se me revuelve la mala baba creada por la indignación, me pregunto si yo hubiera sido capaz de ser ella (lo de Bárcenas y el duque em…Palma…do se escapa a mi entendimiento, a mi campo de acción y, sobre todo, a mi ética) y me sale entonces un vómito verbal que se traduce en “yo quiero ser Amy”. Luego me vuelve la cordura y prefiero ser como el presidente de Uruguay, y no sólo por su plan de legalizar la marihuana, sino porque dona el 90% de su sueldo a proyectos solidarios y se queda con 1.115 euros (menos de medio artículo de la pájara) para pasar el mes. José Mújica nos reconcilia con el ser humano después de bombardeos de chorizos, ambiciosos, prevaricadores, saqueadores, crápulas, golfos…

Desde lo de Amy, casi prefiero ser la Winehouse que la Martin, al menos puedo cantar en la ducha antes de ponerme a escribir estos 2.400 caracteres por bastante menos de 3.000 euros. O tararear al oído de un amante ‘You know I’m no good’. O sea,’ tú sabes que no soy buena’, pero por otras cosas, y que me gusta que me olfatees como si fuera Tanqueray y no el Chanel número 5 que se pueden comprar a litros las que empalman a duques, tesoreros o directores de fundaciones. Y me fundo la Tanqueray, o incluso la Lirios, con las manos limpias y tónica de marca blanca.


enero 2013
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