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mis tripas, corazón

Escalera con niña rota

Tiene el pelo encaracolado y se le hacen caracoles los pies cuando anda. A veces tropieza con la nada, otras, con el mundo entero si se descoloca. En casa, su familia se ocupa de quitar obstáculos a su paso. Sillas, alfombras, sombras, duendes y hadas. En la calle ya hay bordillos que no son edificios de diez alturas para ella y, aun así, tiene que escalar porque el pie izquierdo a veces no la oye. En aquella escuela no le quedó más remedio que subir y bajar escaleras, con la mochila de los libros y la maleta de su hemiparesia espástica.

Subir y bajar, arrastrando el miedo a caer por no saber volar. Y cayó. Y el estuche se rompió en cien lápices de colores. Y la maleta le golpeó su rubor de niña. Y se le quebró como una galleta de barquillo el brazo izquierdo. No había otro modo de ir a su aula y dejó sus huesos destrozados clavados en la cara sonrojada de los políticos que gestionan la educación pública con el único fin de tirarla rodando escaleras abajo, junto a la niña rota.

Qué más les da otro desatino que se suma a los de ignorar bajas de profesores, aulas repletas, material invisible, baños sin papel, actividades reducidas a la mínima expresión… Sus hijos van al cielo por otro camino, donde hay peldaños bajitos, rampas, elevadores y descansillos amplios con campos de golf.

3.500 euros pagará la Junta por desatender su minusvalía. Y algún desalmado pensará que le habría costado más si la hubiera atendido; seguro que bastante menos de lo que supone el gasto en el ascensor de la catedral de Valladolid, tan necesario para llegar a dios…

Al menos, la niña rota de pelo ensortijado podrá visitar el templo y subir a la torre sur, donde Junta y Ayuntamiento habrán invertido casi un millón de euros a fin de asegurarse el paraíso y a los turistas.

No es el momento. Por supuesto que no es el momento. Por mucho que se afane el alcalde León de la Riva en insistir en que parte de los fondos se debe a donaciones para salvar la catedral, no cuaja la explicación entre los ciudadanos castigados por minusvalías propias la idea de tener una magnífica seo con ascensor al cielo; y tampoco ha provocado aplausos entre los castigados por tropelías ajenas.

Pero, en fin, como dice Led Zeppelin, precisamente en ‘Escalera al cielo’, “nuestras sombras son más altas que nuestras almas”. Y así andamos, tropezando con nuestros pies encaracolados, pisando a veces pedacitos de brazos de niñas rotas.


abril 2013
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