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Ángel caído y muerto solo

Ya hablé en otra ocasión, y en este mismo espacio, de la soledad de la muerte. Morir solo. Aterrador final para un vergonzoso mundo.

En realidad, también soñamos solos. Y solos nos comemos, a veces, nuestros miedos. Para no dañar.

Hablando de gatos con Alfredo, un colega de este periódico, me contó que tenía una gatita ya mayor. Viejita. Y que un día era el día de morir. Estaba sola y prefirió esperar. Llegó él, después de una jornada de letras, reportajes y cierres. Y buscó su pelo suave para las caricias del “hola gatita, ya he vuelto”. Y ella se acercó torpe, encontró su mano y emitió un maullido de despedida. Murió. Pero no sola. Le esperó. Para cerrar sus ojos mirándolo.

Ángel Oñate murió solo. Quizá él lo quiso así, pero nadie se enteró. A la indiferencia de una sociedad con medio corazón y el alma helada, se ha unido esta vez la inoperancia de quienes gestionan nuestra vida en datos.

A Ángel se lo encontraron momificado y modificado (de vivo solo a muerto solo) en su salón una mujer y sus dos hijos que iban a okupar la casa. El calendario no desprendía hojas desde diciembre de 2010 y el olor se había registrado como común en los pilares y en los muros putrefactos de este mundo que lleva décadas ejerciendo de mofeta.

La diferencia con otros muertos de la soledad es que a Ángel, que mañana mismo habría cumplido 65, lo buscaban. Su hija y su hermano. Alba y Ricardo. Ambos tuvieron que iniciar los trámites legales de una declaración de ausencia. Certificar que no estaba, aunque ya lo sabían porque él no quería estar. Y en 2006 Ángel era un ausente legal. En 2013 (qué costosos y laboriosos los trámites para investigar, aunque nada se investigue en las tramitaciones) un juzgado certificó la muerte del ausente legal, pero él ya se había ausentado eternamente tres años antes para sonrojo de las administraciones públicas: mientras una iniciaba los papeleos de su muerte, otra le renueva el DNI, la de al lado le paga su prestación por jubilación y, el cotejo de datos, olvidado en el rincón de algún despacho, quizá muerto solo y momificado, o modificado (de trabajo riguroso a “esto es una pérdida de tiempo”). Y Ángel muerto, o vivo, ya da igual, pero ignorado.

En el número 1 de la calle Templarios hallaron hace unos días dos cadáveres: el de Ángel y el de la eficiencia administrativa. También había trozos de vergüenza desparramada que sacude jugando la gata de Alfredo.


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