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Los Dardenne en Villatordos

Sacrificamos perros sospechosos de contagiarnos lealtad; damos de comer sopa con gusanos a los niños en los comedores escolares (públicos); llamamos cerdos (lo más tierno) a los usuarios de las tarjetas black y soportamos y mantenemos a pollinos de solemnidad en todo ese conglomerado de gobiernos. Y luego se preguntan por qué Villatordos del Regato quiere proclamarse república independiente. Hasta a mí sola me dan ganas, desde el felpudo con gato tumbado hasta el patio trasero salpicado de hierbabuena.

En esa tranquila aldea del páramo de ninguna parte aman a sus animales (sin carga erótica), los protegen (por si hay carga vírica) y se aprovechan de ellos (sin carga de deuda ni venta de preferentes) a la vez que los alimentan y los dan cobijo (sin carga de reproches ni carga impositiva). Tienen además, por norma atávica, no echar en el puchero  ningún animal rastrero, salvo que se cuele en el mondongo alguna mosca beoda de sol. No mantienen clero porque el último cura arrampló con el cepillo de las misiones para cepillarse al Greisqueli, un muchacho imberbe y rubio trigo que aún le acompaña en su carrera hacia el estrellato de la prelatura.

Con el dinero que se han ahorrado de pasar la cesta, los de Villatordos han construido un agropuerto para guardar tractores y han comprado libros para una biblioteca que albergaba únicamente telarañas y una placa con el nombre de un consejero desmemoriado de cultura (no alterar el orden de estas últimas cuatro palabras). Después de sanear el sistema de alcantarillado y conseguir con súplicas la señal de la teuve pública, les ha sobrado dinero para comprar abonos en Seminci. Todos tienen sus entradas, menos el panadero, que no ha vuelto al cine desde que el cine abandonó a Ágata Lis. Hasta para la gala inaugural consiguieron sitio. Y si no es por ellos, por los corrillos que montaron a la salida para comentar la peli, algunos políticos, empresarios e incluso un par de sindicalistas, aún no se habrían coscado del significado de ‘Dos días, una noche’. Los hermanos Dardenne optaron por unirse al grupo de Villatordos para compartir cervezas y experiencias.

En la videoteca del pueblo cuelga ya una placa enviada por los cineastas, justo debajo de la de Rossellini. Ambas adornan un mural: “La cultura es un bien público”. La del consejero está de cenicero en la entrada del bar. Cuando pase Seminci retomarán el tema de la independencia.


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