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lolaleonardo

mis tripas, corazón

Hijos con chorreras

Ya me fastidiaron con el nombre porque me pusieron cinco y a cual más cursi delante del apellido. Justificaron diciendo que era su príncipe, pero todos los niños somos príncipes o princesas para nuestros padres, aunque ellos no sean reyes y practiquen el republicanismo inactivo.

En mayo del pasado año me probé ciento doce trajes de almirante de marina y otros tantos de capitán del ejército de tierra. En el probador coincidí con otros vástagos de antimilitaristas luciendo galones.

Los míos, como los tuyos, se declaran no practicantes, en ocasiones ateos y llevan años tramitando el último requisito de la apostasía, pero argumentan que yo quiero comulgar porque los de mi clase comulgan. Con ruedas de molino que colgamos junto a una cruz de oro que chupará polvo hasta su reventa. Con unos zapatos de charol que jamás verán el barro.

Me regalaron la play como pago por mi silencio.

Meses después me sorprendí tarareando  La bien pagá mientras buscaba unos temas de electro house en youtube. Fue entonces cuando comencé a pensar que algo raro me estaba pasando, y no sólo por la pelusilla incipiente que ensombrecía mi cara.

Por la noche, mientras dormía, me cambiaban a David Guetta por unas coplas.

Y la abuela me hizo una camisa de lunares con chorreras.

Y convirtieron con laca mi pelopincho en una guedeja.

Y me vi en la tele cantando bajo un sombrero de chincheta. El público, nadando en babas que mojarán mi adolescencia más que mis poluciones.

Me regalaron un móvil de sexta generación que seguirán pagando cuando me haya ido.

Y con la cercanía de las elecciones, allí estaba yo, vestido de domingo, en un aula insulsa, con otros de la clase y con la chuleta de las preguntas más gilipollas a las respuestas más idiotas del político de turno, en un programa televisivo que debería pasar al canal prohibido, adelantando por goleada impúdica al del porno.

El campamento de ese verano cambió el paisaje de tirolinas por fogones de iniciación y en septiembre compaginaba el conocimiento del medio con el rodaje de masterchef púber, ataviado con delantal y gorro alto.

Tanta actividad, competición y postres con crema de ridículo me llevaron a un trastorno disociativo que, si bien fue un obstáculo para pasar a la semifinal, me permitió desarrollar una capacidad creativa de lo más peculiar en mis platos. Tras el fracaso y durante mi proceso de curación, el psicólogo recomendó a mi familia que degustará día a día mis guisos.  Y así, cantando coplas, con mi chaquetilla de almirante y un mandil de faralaes, ocupaba mi tiempo de recuperación.

Lo del nombre de infante lo superé con trámites en el registro; lo del sacramento, con resignación. Quemé la camisa de lunares en un horno de leña en el que hacía pizzas con la forma de la cara de los candidatos.  La cena de celebración del fin del trastorno les habría encantado a todos mis mayores si no los hubiera utilizado como ingredientes principales.


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