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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

La crisis como motor en la historia

La crisis como motor en la historia

Pedro Carasa

El cambio en la historia es más necesario que la permanencia. Las crisis son los escalones de desarrollo y avance que lo permiten, por eso son necesarias. A la sociedad le sucede como a los humanos, padece crisis de crecimiento, de abandono de caducos hábitos y de inquietante exploración de valores. Es el imperativo de la ley inexorable de la evolución. Las crisis históricas y presentes ofrecen enseñanzas imprescindibles. Interesan los sujetos que las protagonizan, el contenido destructor y constructor que comportan, los ritmos y las causas que las provocan, las oportunidades que ofrecen a las elites y colectivos.

Los sujetos plantean una disyuntiva: La modernización es causada por los movimientos sociales, o es promovida por las élites. Para superar el tópico superficial del elitismo, hay que plantear este dilema en términos de poder. No se alcanza poder porque se es elite, sólo se es elite cuando se tiene poder. Lo que caracteriza a la elite no es la raza o la fortuna, sino el poder; quien no participa del poder económico, político, social, cultural, académico, periodístico, artístico, militar, judicial, etc. no es elite. Siempre ha habido elites y seguirán existiendo mientras subsista el poder. Despachar a la élite como casta corrupta obstructora de la modernización sin analizar la causa profunda del poder que les mueve es no entender el problema.

Los sujetos colectivos sindical, pacifista, feminista, ecologista, ONG´s han planteado los problemas de representación política, articulación social, han agitado los conflictos de clericalismo, patriarcado o militarismo. Pero han sido las elites de poder las que han tomado las decisiones, han legislado, han conseguido hacer avanzar la ciencia, el conocimiento, el arte, la técnica, la sanidad, la administración y la gestión económica.

Los escalones de las crisis han creado oportunidades y reproducido nuevas elites. La historia española registra, justamente en los momentos críticos, una larga serie de generaciones que crearon soluciones de gran trascendencia: La gaditana de 1810 levantó el Estado constitucional, la de 1836 implantó el capitalismo, la de 1868 avanzó hacia la democracia, la de 1898 redefinió el ser de España, la regeneracionista de principios del siglo XX y la de 1914 promovieron la edad de plata de la cultura española, la de 1917 generó el boom sindicalista tras la Gran Guerra, y la generación universitaria republicana modernizó la política. Fueron elites artísticas, culturales, pedagógicas, científicas, económicas o políticas que engarzaron lo español con la vanguardia europea más influyente. Después de la guerra civil y la imposición vencedora franquista, en los sesenta y setenta volvieron a aparecer generaciones de sindicatos, estudiantes, curas obreros, grupos políticos de la oposición que enseñaron la democracia, estimularon los cambios sociales, abrieron al exterior la cultura y la sociedad. Así se sentaron las bases de la mitificada generación protagonista de la Transición.

Como las revoluciones con las que pueden asimilarse, las crisis incluyen un apartado negativo, de destrucción de viejos defectos y lastres, y otro lado positivo, creativo y renovador que causa avance. Es habitual que la sociedad se resista a la crítica y se desoriente ante valores diferentes, culturas rompedoras, economías o políticas inéditas, pero son imprescindibles.

Los historiadores y economistas conocen la secuencia y causas de las crisis. Las pautaron en ciclos regulares de crecimiento, crisis y declive; las ritmaron en trend secular, duración mediosecular, frecuencia decenal, quinquenal, estacional, mensual, semanal y diaria. Porque las crisis no son casuales, son causadas por periodos previos de coyuntura positiva y crecimiento. En el siglo XIX, el boom de los años sesenta desembocó en las crisis del 68, el equipamiento agrario e industrial acabó en la crisis del 98; en el XX, la prosperity de los años veinte generó la crisis del 29, el desarrollismo de los sesenta engendró la crisis del petróleo de los setenta, la “España va bien” de la burbuja inmobiliaria y el descontrol financiero originaron la crisis de 2008. Toda crisis comporta una penitencia contra los excesos de la opulencia.

La crisis actual originó un movimiento social (15M), pero sólo se articuló en una solución operativa cuando la lideró una elite de poder (Podemos y sus confluencias). Esta nueva elite se legitimó con el discurso radical de la casta corrupta, del populismo, de las redes sociales, de los platós, del uso de las plazas públicas, de la regeneración democrática, del “no nos representan”, de los desahucios. A veces este mensaje les ha hecho creerse mesías salvadores con excluyentes pretensiones. Con ellos se da la paradoja de que los detractores del elitismo se convierten en elites tan pronto como buscan el poder.

Hoy las elites radicales tienen el mérito de haber sido las únicas que han actuado en la crisis, porque las demás han estado ausentes. Los científicos sociales (particularmente los historiadores), los filósofos, los literatos, los artistas, los economistas, los eclesiásticos, los militares, los periodistas han vivido esta crisis en un silencio culpable. Los políticos utilizan la crisis como arma arrojadiza, pero no hacen pedagogía social con sus enseñanzas.

(Editado en la edición impresa del 11/06/2016)

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.