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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

El pequeño mundo independentista

El pequeño mundo independentista

Pedro Carasa

La cultura política independentista sufre una doble enfermedad, aguda en la élite y crónica en la sociedad. La hinchazón morbosa de los soberanistas catalanes, embriagados por una religión política irracional, tapa hondas corrupciones, fragmenta su coalición, divide a la sociedad, y no encuentra eco en Europa. Las encuestas señalan una fatiga crónica del apoyo social a las esteladas y cierto sonrojo por la infantil democracia de cajas de cartón. Cataluña así se empequeñece.

Para un historiador, más que la euforia política y la debilidad social del independentismo, es alarmante el deterioro causado en los significados contemporáneos de soberanía y nación. Echemos una mirada histórica sobre el soberanismo desde 1789 a hoy (que pasará al blog El mirador de Clío). Aceptamos los conceptos de derecho constitucional, no debatimos la naturaleza jurídica de sus fundamentos, sólo comparamos las prácticas de su cultura política histórica y actual.

Soberanía y nación son dos referencias occidentales, acuñadas por la Revolución francesa y las Cortes de Cádiz, cuyo significado revolucionario fue borrado por la práctica política posterior. Los moderados del XIX las reducen a compartida y católica, los procesos de descolonización las conculcan, la revolución de 1917 las desecha, las dos guerras mundiales las enfrentan, y los fascismos las fulminan. Por todo ello, la cultura nacional ha sido triturada por secesiones, autodeterminaciones, fronteras, aduanas, proteccionismos, nacionalismos excluyentes, explotaciones coloniales, guerras de independencia y referéndums autoritarios. Superado el colonialismo y admitida la eliminación de la guerra como solución de conflictos, la Sociedad de Naciones de 1919 y la ONU de 1945 apenas ordenaron estos desastres descolonizadores, bélicos y fascistas. Hoy su planteamiento internacional ha fracasado y urge un nuevo gestor de armonía trasnacional.

Los nacionalismos español, vasco y catalán se basaron en fueros históricos, destinos religiosos, creencias racistas y dominios lingüísticos; ideas individualistas que anteponían identidad a igualdad y diferencia a solidaridad. Las vírgenes patrias y la Iglesia los bendijeron como pueblos elegidos. El debate político actual entre conservadores, socialistas y populistas vacía el concepto de nación y lo maneja como piedra arrojadiza en la pelea partidista. Los independentistas, en contra del valor de la originaria soberanía nacida para universalizar el poder, la reducen a una elite y territorio particulares. Hacen renacer las peores raíces nacionalistas de atávicos complejos de superioridad, pueriles victimismos y privilegios medievales (llamados conciertos). La izquierda española entró en crisis por su pacto antinatural y su silencio cómplice con los abusos nacionalistas, nidos de insolidaridad y desigualdad. El marxismo fue antinacionalista y hoy la sociedad española contempla atónita que la izquierda radical propone la autodeterminación y en el PSOE se abandera un Estado multinacional. Todo populismo acaba debilitando la soberanía, el radical con la democracia asamblearia y el conservador con el proteccionismo y las vallas.

Pero el soberanismo nacionalista tiene más pasado que futuro, en la geopolítica mundial es una raquítica manera de desviarse de la solución global, y en el diseño de una convivencia española en lugar de regenerar la democracia la debilita gravemente. Vivió su plenitud histórica entre 1789 y 1945, en 1978 se prolongó a destiempo, y en el siglo XXI su bandera es tan anacrónica como las viruelas a la vejez. Podría decirse que los secesionistas han caído rendidos inoportunamente ante la moza menos atractiva, más desposeída y envejecida de la actualidad.

El mayor límite de la soberanía es la economía, porque mercado, interés, trabajo, oferta/demanda y finanzas globales saltan las fronteras nacionales. La telecomunicación del 5G, el internet de las cosas y la nueva Industria 4.0 globalizan el espacio económico más allá de las multinacionales o la deslocalización. Los expertos económicos creen ya obsoleto el concepto de internacional y manejan el de trasnacional para rebasar el marco de la nación y abrir un espacio universal. Europa ya creó un poder supranacional en economía y sociedad y hoy lo pretende en política. Apostemos por que no sea sólo la economía la que globalice la soberanía, sino el pacto social, el reconocimiento cultural, la religión tolerante y la inclusión social.

Hay que superar los límites territoriales nacionales y orientar la universalización del espacio hacia la comunicación y el conocimiento en beneficio del hombre. Las aduanas nacionalistas se adueñaron del territorio como escenario arancelario y militar, lo que significó poner puertas al campo. La globalización no admite hoy más cierres separatistas del espacio.

También el movimiento multicultural y multirracial rompe nuestros cotos territoriales. La identidad cultural enriquece a una región, pero su soberanía política empobrece al conjunto. Las migraciones intercontinentales y los refugiados por guerra y pobreza no sólo ablandarán, sino que borrarán las barreras políticas nacionales. Superamos la vieja división este/oeste, hoy queremos acabar la actual fractura norte/sur. ¿Los independentistas pretenden frenar la movilidad humana con líneas nacionales y concertinas? Históricamente es un mundo pequeño y descaminado.

Publicado en la edición de papel de “El Norte de Castilla” del 11 de marzo de 2017

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.