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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Se cocina, se cocina, la Segunda Transición

(En este ensayito de política ficción se formulan hipótesis imaginarias, totalmente especulativas, sobre el inmediato futuro histórico de España)

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¿No oyen ruido de cacerolas…?

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La imagen en primer plano de Felipe González diciendo: “una Cataluña independiente como objetivo es imposible”, mereció hace pocos días la portada del diario conservador ABC. Un protagonismo en positivo muy inhabitual en ese medio. En el diario progresista EL PAÍS, la fotografía mostraba a Felipe González junto a Juan Luis Cebrián -dos viejos aliados- recordando ante un nutrido auditorio en el hotel Ritz de Madrid que su diario propuso el pasado mes de febrero un decálogo “todavía pendiente” para los próximos dos años con el que salir del actual atolladero político español, superando al mismo tiempo el modelo autonómico, que considera “agotado”, y el “destrozo institucional” (sic) causante de la desafección hacia nuestro sistema político que ha ido extendiéndose -de modo muy rápido desde la aparición del movimiento indignado 15-M- entre el pueblo español. En el punto 9, titulado “Un Estado federal”, se dice: “El Estado de las autonomías debe reconvertirse en un modelo típicamente federal”. Todo ello conduciría, finalmente, a la “necesaria” reforma constitucional (punto 10). Este proceso es considerado en el decálogo de EL PAÍS como la verdadera Segunda Transición“. Y concluía Cebrián: “Juntos podemos”.

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El planteamiento es claro, pero nos produce algunas dudas: ¿verdadera Transición? ¿debe reconvertirse el Estado de las autonomías en un Estado federal? ¿podemos hacerlo juntos?

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Felipe González, un líder nato, un político de raza como pocos, de los que llevan la política a chorros por las venas, fue uno de los principales actores de la Primera Transición. Gobernó España durante 13 años y salió, como si dijéramos, por la puerta de atrás debido al GAL y los casos de corrupción. Este fue un duro golpe para su autoestima, un final en modo alguno deseado. Después de perder el control sobre el partido con la arrolladora llegada de la joven guardia -que le ha demostrado, y sigue demostrándole, muy poco respeto- su labor de zapa política desde las más altas influencias no ha cesado un solo instante. En ningún momento aceptó perder el PSOE. Se propuso recuperarlo de las manos de tanto joven bienintencionado, pero incompetente. Y ahí está situado Rubalcaba, su hombre -el hombre de las dos caras-, para decantar las cosas en el momento oportuno del lado debido, es decir, del lado de la vieja guardia. Un político con la habilidad, y el orgullo, de Felipe no puede desaprovechar la oportunidad de oro que en estos momentos el devenir de los acontecimientos en España le ofrece para lavar ciertas manchas resistentes, elevarse a una dimensión histórica todavía mayor y, ya de paso, tener un producto político de primer orden con el que el PSOE pueda ganar las próximas Elecciones Generales.

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Mariano Rajoy es un político muy diferente. Para empezar, diríamos que no es un político de raza, que podría dejar su cargo e irse a fumar puros a la sierra, o a la ría de Pontevedra, pasado mañana. Además, hasta hace tan sólo dos años, siempre fue lo que suele llamarse un segundón. Pero cuidado. Rajoy lleva ya en la política visible o pública más tiempo del que estuvo González, y ha ocupado todo tipo de cargos de Presidente del Gobierno abajo. ¿Quién puede afirmar que los segundones no son políticos de raza? La coloquialmente conocida como derecha sabe mucho de economía de mercado -por la sencilla razón de que es quién la diseña y controla en el mundo- pero no tanto de política con mayúsculas. Aznar, después de dejar una saneada situación económica, no pudo evitar que en sólo 3 días la coloquialmente llamada izquierda diese un vuelco en la opinión pública que ni en sueños hubiesen podido llevar a cabo los político-economistas del PP con máster en las más prestigiosas Business Schools de USA. Rajoy está obsesionado con la economía, de ahí no sale, parece tener anteojeras, y viene dejando de lado desde el principio de su mandato el ejercicio de la gran política. Como si le molestase. Como si no supiese manejarse en ese terreno, por venirle grande. En todo caso, a la gran jugada política de dimensiones históricas llamada Segunda Transición, en cuyos manejos suponemos enfrascado a Felipe González, le viene muy bien que entre Rajoy y su jefa Merkel vayan arreglando dolorosamente la economía española. El arreglo en sí será bienvenido, y el precio político en votos que sin duda Rajoy va a pagar -tanto recorte, siempre se paga-, todavía más.

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La  Primera Transición se hizo de arriba abajo. Las circunstancias históricas no permitían hacerla de otra manera. Convocados por Suárez con el beneplácito del Rey -y la guía intelectual para ambos de don Torcuato Fernández Miranda-, los dirigentes de los partidos legalizados de izquierdas, derechas y los, entonces llamados, nacionalistas -hoy, abruptos independentistas-, no muchas más de 20 personas, se reunieron, hablaron, discutieron, tomaron unas estupendas croquetas de jamón y unos vinitos en Casa Manolo, y, finalmente, alumbraron el famoso CONSENSO sobre el modelo de Estado y el nuevo sistema político, un sistema que 35 años después ha demostrado ser una PARTITOCRACIA como la copa de un pino. La nueva democracia/partitocracia española asumía, integraba y formaba un todo, un pack cerrado, junto con la Monarquía y el Estado de las Autonomías (un claro eufemismo éste para no irritar al Ejército y nombrar lo que no era otra cosa que un Estado federal progresivo, camuflado o de facto).

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A todo este proceso que realizaron los máximos capitostes políticos del país (a quienes algunos ciudadanos llaman de manera coloquial los grandes caciques de todos los colores del Reino de España), Francisco Umbral lúcidamente lo bautizó con el sobretítulo de LA SANTA TRANSICIÓN. Pues bien, en estos momentos LA SANTA” ha pasado a ser la Primera. Y ahí tenemos a Felipe González y EL PAÍS dispuestos a guiarnos a todos a la Segunda. Esta sí, “LA VERDADERA”.

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¿Cómo? ¿Por un procedimiento de democracia directa ahora que las circunstancias históricas lo permiten? ¿Preguntando a los españoles en referéndum, a todos los españoles, qué modelo de Estado quieren? ¿Si quieren, o no, cambiar la Constitución? ¿Si quieren, o no, un Estado federal sin camuflajes? ¿Preguntando a los españoles qué ley de partidos, qué ley electoral y qué sistema de primarias les convence más? ¿O cada cuánto tiempo debe convocarse obligatoriamente un referéndum sobre las cuestiones sociales más relevantes? ¿O si prefieren listas electorales abiertas? ¿O si los políticos deben permanecer en sus cargos 8 años como máximo…? Qué va, no se hagan ilusiones, ni lo sueñen un instante siquiera.

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La idea de una Segunda Transición democrática en España resulta tan atractiva como conveniente pero, en la mente de quienes la están cocinando, adolece de un pequeño problema metodológico: exactamente igual que sucedió entre 1975-78, el método que están utilizando excluye la democracia directa, excluye la democracia genuina. El sucesor del Régimen del general Franco, el Rey Juan Carlos, facultó a los dirigentes de los partidos políticos legalizados para realizar un proceso de Transición. 35 años después, si es cierto que la soberanía reside en los ciudadanos, nadie puede facultar a nadie. Cualquier nuevo proceso de Transición que se pretenda democrático sólo puede realizarse de una manera: directamente por los ciudadanos, mediante referéndum. Es simple: ¿quieren ustedes, o no quieren, un Estado federal? ¿quieren ustedes, o no quieren, cambiar la Constitución?, etc.

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(El referéndum a posteriori del que habla Juan Luis Cebrián, convocado después de que los actuales 20 máximos capitostes de los principales partidos políticos consensúen sobre España lo que estimen oportuno consensuar -como se hizo en la Primera Transición-, no es ya una propuesta democrática aceptable. Pudo valer entre 1975-78, recién salidos de una dictadura militar, pero ahora es insuficiente, no vale).

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La Segunda Transición que en estos momentos imaginamos que algunos peces gordos están cocinando como salida inevitable frente al “imposible” independentismo catalán y vasco, y como correctora de la ya muy desenmascarada PARTITOCRACIA española, vuelve a estar diseñada de arriba abajo. Dicho de otro modo: pretenden repetir la misma jugada de entonces. Los actuales, así llamados por algunos, grandes caciques políticos de todos los colores del Reino de España ni por mientes tienen en sus cabezas la idea de dar voz a los ciudadanos españoles para que decidamos el futuro político de nuestro país. ¿Por qué? Pues porque nuestros viejos políticos de la Primera Transición están demasiado acostumbrados a las dinámicas de arriba abajo, demasiado acostumbrados a los procesos verticales en petit comité, después de 35 años de ejercicio político partitocrático. Resulta un tanto vergonzante que los partidos de los que depende el sistema democrático español carezcan de democracia interna (o directamente no hacen primarias, o si las hacen son un paripé mal disimulado). En Suiza, se convocan referéndums para decidir si las tiendas de las gasolineras deben o no permanecer abiertas toda la noche. ¿En España nadie de la clase política piensa pedir un referéndum para que todos los españoles decidamos con nuestro voto qué modelo de Estado queremos tener…? ¡Es increíble!

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Difícilmente puede darse una verdadera Segunda Transiciónsin un verdadero relevo generacional, un relevo de personas y de ideas sobre cómo debe funcionar la democracia. Algunos de nuestros más veteranos políticos, en activo o en la reserva, están ya bastante caducos. ¡Quizá la Tercera sea la verdadera! A esta Segunda Transición, de producirse, podremos llamarla también con máximo rigor umbraliano SANTA, SANTÍSIMA 2ª TRANSICIÓN, por lo que va a tener, una vez más, de caída del cielo.

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Seamos sinceros: el motivo principal por el que tras la muerte de Franco partidos políticos muy contrapuestos, que se habían enfrentado de modo fratricida en la Guerra Civil, lograron alcanzar el idolatrado CONSENSO, no fue la generosidad y bondad natural de los políticos de la época, eso que ellos mismos llaman con indisimulado autoelogio altura de miras, sino el MIEDO. Miedo a la involución, miedo a una nueva contienda. El miedo guarda la viña, y alumbra consensos. Sin miedo -y hoy día afortunadamente ni los ciudadanos españoles ni los partidos políticos lo tenemos- resulta muy improbable alcanzar un consenso que se parezca al de la Primera Transición con el que podamos cambiar “juntos” la Constitución y el modelo de Estado.

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La supuesta verdadera Segunda Transición ha sido concebida, y está siendo presentada en la opinión pública, por la izquierda. No ha sido consensuada. La derecha no ha participado, hasta el momento, en esta jugada. A la derecha, este movimiento político le llega sobrevenido. El Estado federal es un objetivo clásico de la izquierda. El consenso que en estos momentos algunos reclaman para solucionar el problema del independentismo catalán y vasco consiste en que la derecha asuma el federalismo de la izquierda. Es posible, sólo posible, que en el fuero interno de quién imaginamos estar ejerciendo un papel entre bambalinas a lo Torcuato como gran cerebro de la Segunda Transición, Felipe González, discurra un razonamiento de este tipo: puesto que la derecha controlaba la situación desde el poder, el CONSENSO de la Primera Transición puede decirse que nos vino sobrevenido a la izquierda, en especial la Monarquía; nada tendría de particular, por consiguiente, que ahora a la derecha le sobrevenga un Estado federal.

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¿Y el Rey? De maravilla, la operación ha salido estupendamente y la segunda todavía saldrá mejor, gracias al eficiente Dr. Cabanela. Podrá caminar de nuevo, aunque no detrás de elefantes. El Rey, en todo este proceso de cocinado en el que, por supuesto, está participando -eso imaginamos-, hará una vez más el papel de bonachón de la película, como ya ocurrió en la Primera Transición, y echará una manita a los que ahora quieren la Segunda. Tomando el ejemplo de una sabia institución milenaria como la Iglesia Católica, en la figura de Benedicto XVI, y de varios de sus colegas europeos, cederá el puesto graciosamente -cuando camine, paren de pedírselo y menos lo esperemos- al príncipe don Felipe, que está muy bien preparado. También está preparada la ciudadana del pueblo español, doña Letizia. La Corona, es obvio, necesita más que nunca una muy buena estrategia de supervivencia.

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El PSOE se volcará en las próximas Elecciones Generales en defender ese producto político concebido en su más alto think tank (González-Cebrián) al que, con la objetividad de un mensaje de departamento de marketing, vienen llamando verdadera Segunda Transición“. El nuevo líder del PSOE -que no será un miembro/miembra de la joven guardia zapaterista sino aquél, de entre los jóvenes, que elija la vieja guardia– recogerá el fruto político pergeñado por sus mayores: Estado federal, don Felipe VI entronizado dando continuidad a la institución monárquica y cuatro reformas que apenas toquen -siguiendo el método de El Gatopardo– la estructura de poder de la PARTITOCRACIA. Este es el previsible pack, nuevamente cerrado, nuevamente diseñado de arriba abajo, que se va a entregar a los ciudadanos.

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Reconozcámoslo: a la práctica totalidad de la clase política española, de todos los colores, le gusta la PARTITOCRACIA, les encanta ese extraordinario acúmulo de poder en sus propios aparatos y partidos. Lo último que van a pensar y hacer, por tanto, es el pequeño harakiri de desmontarla, cediendo poder directo a los ciudadanos.

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La jugada política de una Segunda Transición con la que venimos especulando tiene tal envergadura que a Rajoy le va a resultar muy difícil navegarla sin que se le caiga encima la ceniza del puro. Si acepta el “consenso” que le propone la izquierda, a la derecha social de la que obtiene los votos le sobrevendrá un Estado federal que no quiere, porque no forma parte de su aprendizaje emocional ni de su tradición intelectual. Si no acepta el “consenso” quedará fuera de juego, tachado de inmovilista total, y la pérdida de las Elecciones -esté como esté la economía- será más que probable.

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Sigan atentos, observen, lean el periódico en la tableta, vean la Smart TV a la carta y escuchen los podcasts de las emisoras por internet. Los ciudadanos españoles de nuevo podemos ser espectadores privilegiados de este momento histórico, exactamente igual que los más veteranos ya lo fuimos en la Primera Transición. ¡Qué digo, mucho mejor! Ahora cada uno de nosotros, los ciudadanos, podemos ser mucho, pero que mucho más ESPECTADORES, utilizando los múltiples medios tecnológicos y de comunicación. ¡Demos gracias a Bill Gates y Steve Jobs!

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¿Para cuándo en España una democracia desarrollada, mucho más participativa y directa, que supere la DEMOCRACIA SUBDESARROLLADA (o PARTITOCRACIA) de los últimos 35 años -y las nuevas versiones de cocina que nos rodean-, con un montón de referéndums a priori como en Suiza, listas abiertas, primarias y otros mecanismos de democracia interna en los partidos, ocho años máximo en los cargos políticos, etc.?

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¿Se oyen risas entre las cacerolas…?

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Ah, perdón. Olvidaba decirles que una España con una democracia desarrollada como objetivo es imposible. Repito, imposible (…) si los ciudadanos aceptan que lo sea.

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(Todo lo aquí escrito, hemos de insistir, no son más que cuentos imaginarios, hipótesis de fantasía, nieblas y vapores, sueños o pesadillas de política ficción. Si no me creen, esperen a verlo)

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    Alfredo Barbero – Psiquiatra del Centro de Salud Mental “Antonio Machado” de Segovia

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Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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