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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Académicos

Cervantes hace al menos dos grandes parodias en el Quijote: la de los libros de caballerías, y la del mundo académico. Esta última, mucho más breve pero no por ello menos intensa, la lleva a cabo sobre todo en el Prólogo y último capítulo de la Primera Parte, con los sonetos y epitafios de los muy afamados académicos de la Argamasilla, lugar de la Mancha: el Monicongo, el Paniaguado, el Caprichoso, el Burlador, el Cachidiablo y el Tiquitoc.

Gracias al desarrollo de su parodia principal, la de los caballeros andantes, don Miguel nos legó el genial juego dialéctico entre su grandísimo sabio loco, Don Quijote, y su no menos grande sabio pícaro, Sancho Panza. Un alarde de ritmo y belleza lingüísticos, de maestría irónica, y de profundidad emocional y reflexiva. Juego dialéctico, puede entenderse también, entre el mundo de los ideales y de los sueños, y el de los hechos, el universo de la imaginación y la fantasía en fecunda / problemática interacción con la realidad. Su sentido del humor, descontadas las caídas, tortas y golpes que utiliza como recurso primario para conectar con todo tipo de públicos (Chaplin, por ejemplo, hace lo mismo en el cine), es educado, respetuoso, elegante y sutil. Nada que ver, por tanto, con el vulgar cachondeo al que los hispanos somos tan aficionados. La comicidad es continua, pero también lo son las humillaciones y derrotas de Don Quijote, que el autor sabe hacer que nos duelan. Hombre mayor, bueno, digno, sabio e ingenuo, al que con frecuencia vemos ser objeto de burlas y apaleado. El resultado, la escritura, permite aprender deleitándonos sobre lo más hondo de la naturaleza humana, siguiendo de cerca por las ventas y caminos de La Mancha la ruta de los tragicómicos sucesos que jalonan la aventura vital de ambos “héroes”. Y de esta manera representada, la de todos nosotros. Quizá por eso Cervantes sea autor primero en la historia del arte de la Literatura.

Si Cervantes hubiese decidido desarrollar en extenso la parodia del mundo académico, sus pompas, boatos, exhibiciones e imposturas, su vanidad, seguramente también nos habría dejado una gran novela de personajes memorables y no menores aventuras. Prefirió, sin embargo, las ventas y caminos por los que circulan en libertad todo tipo de gentes, antes que los pasillos y bibliotecas de los eruditos sesudos. El ágora antes que la Academia. No vamos a reprocharle ahora esta elección a don Miguel, ni mucho menos. Con su larga parodia de los libros de caballería… ¡nos conformamos!
Hace algunas semanas asistimos en el diario El País a una un tanto penosa algarabía dialéctica entre dos de nuestros actuales “académicos estrella” de la RAE, Arturo Pérez-Reverte y Francisco Rico. ¡Qué tiempos aquellos de los discretos Martín de Riquer y Fernando Lázaro Carreter! He leído con detenimiento los artículos, y me parece que en el fragor de su intercambio público de lindezas ambos se olvidaron de una de las enseñanzas importantes del Quijote que seguro conocen mejor que nadie: que aun no siendo su protagonista un “auténtico” caballero andante, sí es en cambio el hidalgo cervantino todo un caballero.
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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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