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Roberto Carbajal

La aventura humana

Negocios y dictadura

Cualquiera puede dedicarse a la lencería, una actividad centrada básicamente en la intimidad y en la colateral venta de detergente. Poner en marcha una de estas tiendas es relativamente sencillo: aligeras la cartera, un par de oficinas públicas tramitan los permisos y listo. No es que sea tan lucrativo como una funeraria, pero tu vida está más o menos cubierta. Si a algún suicida se le ocurre montar un periódico, allá él; es legal y cuenta con todas las bendiciones para que se estrelle. Si lo tuyo son las farmacias, quítatelo de la cabeza: estos chollos están regulados y sólo pueden coexistir cierto número de ellos, aplicando el censo como excusa. Con la venta de aspirinas no se juega y has de recorrer toda la ciudad si de noche te encaprichas con tomarte una, en vez de que alguien cercano te aplique en el sofá con sus deditos unos minutos de ‘shiatsu’, valga la redundancia, que te deja como una rosa mucho antes y además es gratis. Pero si tus apetencias empresariales son la radio o la televisión es aconsejable que pegues la oreja a un transistor y te sientes ante un televisor de los de toda la vida. Tú estás vetado para contarle a la gente las noticias con tu estilo. La explicación es simple: la licencia de este tinglado la concede el Gobierno de turno. El artículo 20 de la Constitución ampara la libertad de expresión a través de la letra impresa o de cualquier otro medio de reproducción, aunque la sacrosanta ley de leyes goza del entusiasmo que cada uno pueda aportar desde la inocencia. También se habla en ese papelote cuarteado del pluralismo informativo y otros arcaísmos; claro que, a estas alturas, uno tiene que saber que la democracia es la coartada perfecta de los dictadores para colar su mensaje. Pero no todo han de ser malas noticias, amigo mío. Si te hiciste con las riendas de un par de periódicos y estás cerca del poder, quizá puedas albergar la esperanza de que puedas llenar de contenido la caja tonta y pavonearte por ahí con los amigotes. Sólo tienes que envainártela y reírles las gracias a los del sillón. Estamos instalados en la era de lo digital, igual que antes, así que puede que algún dedo estampe su huella sobre tu dichoso proyecto televisivo. Antes se aludía a la saturación del espacio radioeléctrico para limitar este tipo de concesiones; ahora, con la crisis, se habla del sostenimiento económico de estas empresas, confundiéndolo con el término viabilidad; se parecen, pero no son lo mismo. Si no te conceden una, siempre podrás aspirar a un empleo en el sector de la radiotelevisión privada. El negrero de turno de esa empresa te dará quinientos euros. Vivirías como un rey en Bulgaria, pero no en España. ¡Ah, que deseas quedarte aquí…! Bien: llama a la puerta de mamá y resuelto. La Administración vela tanto por tus intereses que no va a permitirte que te embarques en aventuras que no controlas. Esto es lo que hay.

Publicado en El Norte de Castilla el 2 de mayo de 2009

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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