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Roberto Carbajal

La aventura humana

El 'caso Talegón'

Si a un político le das a elegir entre un defensor de la Cultura y un constructor, es una apuesta casi segura que optará por el segundo. No sé por qué, pero quienes dicen representar los intereses de la ciudadanía parecen más inclinados hacia el mundo del ladrillo. Si hubiese que escudriñar entre el abanico de razones que les llevan a semejante elección, una de ellas puede ser el hecho de que todos morimos algún día (hasta la fecha, ricos y pobres por igual). Quizá el político vea en el constructor a ese ser imprescindible que un día erigirá en su nombre un mausoleo o un memorial, que recordará a sus conciudadanos que una vez don Pin o don Pan se sentaron en una silla institucional y nos salvaron a todos. Echar un vistazo por el patrimonio heredado a través de los siglos, significa comprobar el desapego, cuando no el desprecio, con que es tratado por nuestros representantes.

Hoy me ha venido a la memoria el cese como miembro de la Comisión de Patrimonio de Zamora del historiador (aunque calificarlo así es quedarse corto) José Navarro Talegón. Hombre muy querido y respetado en Toro por sus conocimientos, su honestidad y su bonhomía, Navarro Talegón fue removido de su asiento en el organismo provincial que vela por la salud de nuestro legado histórico-artístico. La entonces recién nombrada consejera del ramo María José Salgueiro accedió a la petición que desde algunos sectores no demasiado blancos le hicieron llegar a su mesita de despacho. Más tarde explicaría que la salida de Talegón obedecía a la natural oxigenación de algunas de las dependencias de la Junta y su hija pequeña, la cultura, bajo el paraguas de no sé qué normativa. Y eso que Salgueiro había sido la presidenta del Consultivo, viajaba gratis total a Zamora y sabía del valor de Talegón; pero ella pasaba por aquí, y Talegón no es Sophia Loren, para qué vamos a engañarnos.

La noticia de la depuración de Talegón sentó fatal en Toro. El historiador e investigador toresano alzaba su voz crítica ante la dejadez y el abandono que sufría nuestro acervo en territorio tan hostil para el sentido común, en donde alcaldes y destructores son primos hermanos.

Los asuntos importantes no pueden ser reina por un día en los medios de comunicación y luego terminar en el saco del olvido. Estoy seguro de que hay miles de personas que hacen de la defensa de los intereses culturales su bandera y que se dan de bruces con la puerta institucional, que suele ser insensible, torpe y engolada. Lo escribí para la edición impresa de El Norte en noviembre de 2007, pero el texto que sigue está más en vigor que nunca y los conciudadanos de José Navarro Talegón no le olvidan. (A él ni a quienes promovieron acabar con su voz, intento que resultó fallido.)

El ‘caso Talegón’
Roberto Carbajal

Puedes salir a la calle sin mirar o sin ver, pero si mientras caminas tampoco piensas entonces tienes un problema. Es el estado ideal para quien ostenta el Poder, tener el pesebre a rebosar de gente atolondrada. Quienes piensan son peligrosos y más aún si difunden sus ideas, por eso ciertos sectores del politiqueo se ponen de vez en cuando de acuerdo para callar al que resulta molesto. Es lo que ha sucedido hace pocos días en Toro, ciudad célebre por su vino y por las piernas que pisan la uva. Los ciudadanos de esa ciudad se despertaron sobresaltados con la noticia de que uno de sus hijos más queridos había sido apartado de la Comisión Territorial de Patrimonio por no resultar cómodo para la Junta. José Navarro Talegón había dedicado toda una vida a velar por que los amos del ladrillo y la ligereza de las instituciones no acabasen con el acervo cultural de aquel municipio y del resto de la provincia. Una buena tarde a este guardián de la conciencia un par de delincuentes le dieron una paliza enviados por algún destructor, con la intención de que manejase otras ideas a la hora de vigilar el patrimonio histórico. Talegón no denunció el hecho, ni siquiera se defendió de la agresión. Su compromiso le hizo pedir un crédito personal para afrontar los gastos de la exposición de arte sacro ‘Legados’, celebrada en el 2006, que contaba con la subvención de la Consejería de Silvia Clemente. La consejera no hacía buenas migas con el alcalde y senador popular Jesús Sedano y el dinero llegó nueve meses más tarde. Clemente dejó el mundo de la cultura y ahora se aposenta sobre el mundo de la agricultura, dos disciplinas que vienen a ser lo mismo. Durante casi treinta años, la voz de este prohombre toresano ha encauzado las acciones que afectaban a aquellos bienes, pero la presión política y empresarial han hecho que el Gobierno regional no volviera a sentarlo en la Comisión. Este asunto recuerda al célebre caso Dreyfus. A finales del siglo XIX, el capitán francés fue acusado de pasar información a los alemanes. La cúpula militar que lo encausó era abiertamente antisemita y la condición de judío de Dreyfus lo convirtió en chivo expiatorio. Fue degradado públicamente en el patio de armas y recluido en la isla del Diablo, hasta que un grupo de intelectuales y el propio militar demostraron su inocencia encontrando al culpable de espionaje. Aquel episodio alumbró el ‘Yo acuso’ que inmortalizó Émile Zola y que cambió radicalmente la estructura interna del país vecino. Ahora la Junta ha nombrado a Luis Vasallo como nuevo comisionado, tal vez confiando en que su apellido haga honor a las intenciones con que ha sido elegido. Mientras tanto, Toro levantada en armas; la consejera María José Salgueiro, disfrutando de los recuerdos imborrables junto a Sophia Loren, sin ser consciente de la complicidad de la depuración de Talegón; el delegado territorial, Alberto Castro, de don Tancredo. Y los toresanos mirando, viendo y pensando.

Publicado en El Norte de Castilla el 17 de noviembre de 2007

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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