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Roberto Carbajal

La aventura humana

Neocaciquismo liberal

Zamora se ganó en menos de una hora, al contrario de lo que cuenta la tradición. Bastó un minuto de teléfono para que el candidato Rubalcaba apuntalase al heredero de su ministerio en la lista al Congreso por esa vieja provincia. Nada nuevo que no se haga en otros partidos. Se trata de una forma de interpretar la democracia directa, oníricamente atribuida al pueblo. No existe decisión más directa que hacer las cosas uno mismo sin contar con nadie, salvo con un grupo de estómagos agradecidos que esperan a que les premien con una sardina. En los escaños de Madrid se sientan infinidad de paracaidistas. Esto sucede porque el pueblo español pasa demasiado tiempo en las tabernas o tumbados al aire libre. Puede que así seamos más felices, pero tanta relajación acarrea consecuencias. Cuando nadie defiende los intereses de su provincia y frustra toda aspiración, el ciudadano español despacha el asunto en el bar y santas pascuas.

Durante la primera Transición se dotó a los partidos políticos de la robustez necesaria para transformar la sociedad. Esa estructura imprescindible para que germinase la democracia se ha convertido hoy en un monstruo insaciable. Devora el sistema en su conjunto, realizando incursiones ilegítimas e inmorales en el basamento de nuestro Estado de derecho. Salpica a todas las instituciones, invadiendo competencias de otros poderes esenciales que estamos obligados a preservar. Lo ocurrido en Zamora no difiere mucho de la forma en que el Partido Popular colocó a dedo en la lista provincial al docto donostiarra Gustavo de Arístegui, en las anteriores elecciones legislativas. Estas prácticas perversas a las que nos tienen acostumbrados los partidos sólo pueden ser demolidas por la militancia y por el conjunto de la ciudadanía. Cada uno interpreta el sistema democrático a su aire. El eslogan de campaña de Rubalcaba reza: Escuchar, hacer, explicar. Cuando en realidad lo que quiso decir no dista mucho de lo representado por los tres monos sabios japoneses inspirados por Confucio: Oír, ver, callar.   

Publicado en El Norte de Castilla el 21 de septiembre de 2011

Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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