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Roberto Carbajal

La aventura humana

Anatomía de un fracaso

En los momentos críticos, los países demuestran de qué pasta están hechos y la grandeza de quienes marcan sus designios. España lleva tiempo desnudando su versión miserable ante el mundo y no existe un modo mejor de calificar la ‘marca España’ que eludir el jaque. Las instituciones de nuestro Estado han demostrado que son incapaces de detectar, evaluar y aplicar medicina ante la enfermedad de un reino viejo y necesitado de un sinnúmero de reformas. El nepotismo desmedido en tribunales de control, la incompetencia o complicidad del Banco de España frente al desmadre de las cajas de ahorro, la falta de voluntad y la carencia de mecanismos para juzgar en plazos razonables a quienes han esquilmado a esta nación constituyen sólo el esbozo de su metástasis orgánica.

Aun siendo graves los apartados anteriores, resultan todavía más insoportables los asuntos que conciernen a la salud pública, uno de los pilares de los estados modernos. El desgobierno puesto de manifiesto desde que se desatase la crisis del ébola muestra a las claras cuáles son las mimbres con las que ha de lidiar el ciudadano de a pie, ese que desconoce a qué huele un coche oficial. El sistema público de salud ha quedado en pelota ante la opinión pública global; no porque sea un desastre, sino por los prebostes cuya tarea esencial es resolver los problemas, no crear otros nuevos. Esa endémica costumbre de los partidos políticos españoles de nombrar ministros a los miembros de la estructura de sus formaciones acarrea estampas tan patéticas como el sindiós de Ana Mato al frente de una crisis sanitaria, que sólo ha hecho que empeorar la percepción de la imagen de España y sembrar de inquietud al conjunto de la sociedad. Un país que se proclama moderno no debe soportar la incompetencia e inanición intelectual de alguien que hace tiempo debió ser destituida por higiene democrática, una fórmula que debe aplicarse también al provocador consejero de la sanidad pública madrileña, por faltón e hijo de puta político. Curémonos de tanto espanto, porque hiede.

Publicado en El Norte de Castilla el 15 de octubre de 2014

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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