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Roberto Carbajal

La aventura humana

Gente de honor

Los alcaldes de nuestros pueblos representan lo mejor de la política. Dedican su tiempo a sus conciudadanos sin pedir nada a cambio. Incluso a muchos les cuesta dinero y alguna bronca familiar. El pasado fin de semana la Diputación de Valladolid les dedicó con justicia el Día de la Provincia. Son gente modesta, dedicada a la labranza en gran medida. Su ‘codicia’ se resume sólo en que se plantan en los despachos del poder para mejorar sus pueblos. En ocasiones son tratados con desdén por sus propios vecinos, pero esta gente honorable se apega al terruño y no hacen concesiones a la palabrería. No existe mayor orgullo político que representar a tus paisanos desde una institución tan cercana como un ayuntamiento. No cobran un euro, no aspiran a ser profesionales de la res pública y, en muchos casos, son vilipendiados y acusados de caciques. Por fortuna, esta noble gente dedica sus esfuerzos al lugar que les vio nacer y sus manejos nada tienen que ver con el politiqueo. No son gente que cuchichea sobre los porcentajes que son necesarios para conseguir no sé qué candidato al Congreso. Si les arreglas la calle, te besan; si les jodes, se plantan ante el despacho del que manda y aguantan como campeones hasta que se oigan sus demandas. Esta gente hace política con mayúsculas, no de campanillas. No salen en la foto cada semana, pero son como perros de presa con quienes sí aparecen recurrentemente en las páginas de los diarios. Ellos se plantan con un único discurso: qué hay de lo mío, a la antigua usanza. Cuántas broncas no tendrán que lidiar con sus parejas. Mariano, déjalo ya, que esto sólo te trae que quebraderos de cabeza y estás descuidando las fincas y casi no te veo el pelo. Y, al final, ni agradecido ni ‘pagao’. Muchos llevan décadas en el cargo, y los lenguaraces los tildan de cacicorros que no quieren bajarse del machito. ¿De cuál? El sábado les agasajaron en el Teatro Zorrilla y en un conocido restaurante de la provincia. Se celebra una vez al año, pero se trata de un día justo y que vale por diez mil.
 
Publicado en El Norte de Castilla el 11 de noviembre de 2015

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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