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Roberto Carbajal

La aventura humana

Sospechosos habituales

En los centros de salud todo parece estar en su sitio. El edificio compartimentado, médicos, enfermeras, auxiliares y pacientes. Lo normal. Pero existe una especie poco conocida que pulula por las instalaciones y da la sensación de que está descolocada en la escena. Se trata de los visitadores médicos, una profesión que resulta molesta para quienes acudimos a la consulta. En principio, llama la atención lo bien planchados que están, engominados ellos, con taconazos las otras. Portan un maletín atiborrado de folletos sobre medicamentos de nueva generación. La función de estas personas trata sobre la difusión de las maravillas de una determinada formulación que acaba de aflorar en el mercado. Como ave rapaz, el visitador se abalanza sobre el médico por ensalmo, entre paciente y paciente, y esgrime todo el material para informarle sobre la bondad del asunto. La realidad es que esta gente no solo informa, sino que lo que verdaderamente les ocupa es vender el fabricado en cuestión. Tienen un presupuesto para gastos en los que se incluyen cafés, comida en un restaurante y otro tipo de agasajos. Si el médico pica, comenzará a prescribir el fármaco a diestro y siniestro, relegando al ostracismo a otros preparados que llevan bastante más tiempo en el mercado y cuya eficiencia ha sido suficientemente probada. Se calcula que en España el veinticinco por ciento de los nuevos medicamentos no tienen un recorrido mayor de cinco años, frente a porcentajes del seis y ocho en países de nuestro entorno. La industria farmacéutica es muy poderosa y presiona a los gobiernos con brío, habida cuenta de que las administraciones públicas han contraído deudas millonarias con ella desde que estalló la crisis. Según una encuesta publicada hace algunos años, los médicos respondieron que eran premiados con viajes, ordenadores y todo tipo de regalos por su colaboración. El Estado debería canalizar este gasto a través de una central de compras para erradicar cualquier veleidad y poner a los laboratorios en su sitio. Aunque, claro, un jamón de cinco jotas es muy tentador.

Publicado en El Norte de Castilla el 11 de mayo de 2016

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Sobre el autor

Tenía siete meses cuando asesinaron a John F. Kennedy. De niño me sentaba en los parques a observar a la gente, pero cuando crecí ya no me hacía tanta gracia lo que veía. Escribo artículos de opinión en El Norte desde 2002, y críticas musicales clásicas desde 1996. Amo la música, aunque mi piano piense lo contrario. Me gusta cocinar; es decir, soy un esclavo. Un esclavo judío a vuestro servicio.


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