Un Sherlock Holmes anciano viaja a Estados Unidos para reponerse de sus achaques cuando es  invitado a una lujosa mansión por Henry Patton, un ricachón adicto a comprar obras de arte. Allí, Patton permanece reunido con algunos de sus mejores amigos que están pasando una temporada invitados por él: la viuda de un senador, una joven y rica pareja alemana, un general francés, un terrateniente mexicano, una rica pareja americana, un periodista y un apesadumbrado y alcohólico doctor. El motivo por el que contrata a Holmes es investigar el robo de una valiosísima joya que perteneció al conde de Montecristo y por la que Patton ha pagado una cantidad desorbitante. Patton, además, está plenamente convencido de que el autor del robo está entre sus invitados ya que nadie ha entrado ni salido de la mansión.

La razón por la que Holmes acude a aquel lugar es precisamente por estar Edmond Dantès por el medio, ya que el detective le profesa una gran admiración: “Dantes poseía una mente privilegiada. Sus métodos, sobre todo para engañar a sus enemigos, me han servido de inspiración algunas veces”. Además, gracias a conocer perfectamente la vida de Dantès, Sherlock Holmes resuelve con aparente facilidad el misterio del robo y eso que el caso se complica al poco de llegar a la mansión con la muerte de una de las doncellas…

En fin, un caso de habitación cerrada. Tal vez más próximo a Agatha Christie que a Conan Doyle pero interesante de cualquier forma. Y es que no siempre te encuentras con una novela que mezclen a dos de tus personajes literarios favoritos. Por cierto, comentar que la joya protagonista de esta novela, la esmeralda soberbia y perfecta, única en el mundo, de una belleza tal que era codiciada por emperadores, una joya que mandó ahuecar y a la que colocaron un cerrojo de oro, aparece realmente en el capítulo XL de la novela de Dumas, cuando Dantès se la muestra a los amigos de Alberto de Morcef el día de su llegada a París.