Murió el viejo guerrero, el cowboy del zoom y del teleobjetivo, el jazzman del celuloide, el superviviente hippy, el amante de las elipsis y de los silencios. Esta noche intento elegir entre diversos flashes que me asaltan:
a) La soldado “Labios calientes” dentro de la descacharrante “MASH”
b) Keith Carradine cantando la preciosa “I’am easy” en “Nashville”
c) El largo plano secuencia que da inicio a la genial “El juego de Hollywood”
d) La hipnótica voz de Leonard Cohen arrullando a Warren Beatty y a Julie Christie en “Los vividores”.
Sin embargo, me quedo con la poesía coral de “Vidas cruzadas”. Un inmenso puzzle (con dos temas recurrentes: los cumpleaños y los peces) en el que se cruzan 24 personas durante tres días y que culmina con un terremoto catártico que acaba poniendo todas las cosas en su sitio. Ha pasado todo y no ha pasado nada. Ya lo dice el corrosivo Raymond Carver: “de qué hablamos cuando hablamos de amor”. Tengo ganas de encontrarme de nuevo con el policía fascista y fantasma, con el limpiador de piscinas voyeur, con la buenorra de la violonchelista, con la joven ama de casa que suelta guarradas por el teléfono erótico mientras acuna a su bebé, con el conductor de limusinas, con el pastelero surrelista, con los tres tipos que se van de pesca y tropiezan con el cadáver de una chica, con el payaso de cumpleaños, con el entrañable abuelo Jack Lemmon. Todos ellos le echarán de menos.
Pues eso. Que me voy a pasar media noche viendo “Vidas cruzadas” y bebiendo a la salud de Robert Altman. Están invitados.