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Beatriz

CampoGrande "club de lectura"

Réquiem por Nagasaki, de Paul Glynn

 

Demasiados desencuentros, guerras y obstáculos entre Japón y el bloque de Occidente. La colonización europea de Asia parece que fue el detonante de la cerrazón en la que las autoridades japonesas sumieron al país desde el siglo XVII.

Los misioneros europeos, con Francisco Javier a la cabeza, llegaron en 1550, con la intención de aprender el idioma y la cultura. Lo único que esperaban transmitir al pueblo japonés era el conocimiento de la religión Católica. Llegaron a Nagasaki y allí encontraron a un grupo de almas sencillas que se abrieron a la amistad primero y a la fe después.

Las autoridades del Japón querían una nación libre, no una colonia como tantas que jalonaban las costas asiáticas –India, Filipinas, Ceilán, Macao…-. Recelaban de los europeos y su influencia en sus súbditos nipones. Al recelo siguió la cerrazón total de 1839 cuando se dictó la ley por la que se expulsaba a los occidentales y no se permitía el retorno a los japoneses que habían vivido en Occidente bajo pena de muerte. Esto afectó gravemente a los japoneses que habían abrazado el cristianismo. El gobierno deseaba hacer desaparecer a los cristianos de su territorio pues los consideraba cuna de espías para occidente. Comenzaron los amedrentamientos y las torturas hasta llegar a la muerte.

Paul Glynn, movido por el deseo de ensalzar el comportamiento de los cristianos japonés a lo largo de dos siglos y medio, de su entereza y firmeza en la fe a fin de presentarlos como modelo al pueblo australiano y romper así el rencor y la mala relación entre japoneses y australianos tras los enfrentamientos sangrientos de la Segunda Guerra Mundial, narra en este libro la historia de la Iglesia Católica en Japón y nos da a conocer el sacrificio con el que consiguieron mantenerse firmes a pesar del aislamiento y del acoso de las autoridades durante esos dos siglos y medio. Igualmente da cuenta de numerosos mártires como Pablo Miki, descendiente de nobles samuráis, y los 36 japoneses que le acompañaron en el martirio, entre otros cristianos de vida ejemplar.

La figura central de este libro es el doctor, profesor de universidad, investigador y científico Takashi Nagai, hijo y nieto de médicos japoneses, quien estudió medicina occidental y colaboró con el primer médico japonés que importó la maquinaria y la técnica de la Radiología tras haberse formado en la universidad alemana de Hamburgo.

Si se tiene en cuenta que fue el Káiser alemán Guillermo II quien acuñó la denominación de “peligro amarillo” en 1895 después de un sueño en el que vio cómo las hordas orientales devastaban las ciudades europeas, y que el mundo occidental temeroso ante el crecimiento de las exportaciones niponas comenzó a imponer aranceles con el fin de salvaguardar su industria, se puede entender fácilmente la aversión entre ambos mundos: Japón sólo estaría a salvo cuando fuera tan poderoso económica y militarmente como Occidente. El enemigo era Occidente.

Heredero de la cultura nipona, de las tradiciones y de la religión Sintoísta, el joven Takashi Nagai estudió en las universidades niponas bajo las enseñanzas de profesores que consideraban el ateísmo como la superación de de las creencias sintoístas del pueblo japonés que durante tantos siglos había estado compuesto en su mayoría por agricultores y pescadores. El progreso de la técnica y de la ciencia era considerado en el mundo universitario como la superación de la ignorancia del pueblo llano, de sus tradiciones y también de su religión.

Takashi Nagai, seguía igualmente el pensamiento de sus profesores. Era inteligente y muy trabajador y estaba fuertemente motivado en el estudio pues él también consideraba necesario que su país estuviese a la altura de la medicina occidental. Estudiaba en textos alemanes y junto con los libros de Medicina encontró la obra del científico y filósofo católico Pascal. La lectura de Pascal y la experiencia de su propia vida le llevaron a reflexionar durante años en la posibilidad de considerar que su ateísmo era algo carente de solidez. La evolución del pensamiento de este científico ateo hasta llegar a la fe en Dios y la aceptación de la moral católica, muy estricta si la comparamos con la moral aceptada en el Sintoísmo, marcan el camino que cualquier hombre del siglo XX y del XXI necesita recorrer para encontrar el equilibrio interior y la paz del espíritu. Takashi Nagai provenía de un mundo en el que la influencia del confucionismo a través del Budismo y del Sintoísmo era muy grande y la búsqueda  del equilibrio interior y de la paz en las relaciones humanas no le eran extrañas.

El joven Takashi Nagai participó, como tantos miles de jóvenes, en los conflictos armados en los que la Junta Militar del Japón, desoída la opinión del Emperador: la guerra en Manchuria, en 1931, tras la que perdieron territorio a favor de Rusia y China y la guerra del opio contra China en la que igualmente se vieron derrotados.

Por si fuera poco se vieron envueltos en la Segunda Guerra Mundial. Japón bombardeó Pearl Harbor en 1941 y en venganza Estados Unidos soltó bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki.

Quizás lo más bello del relato es la relación entre la joven japonesa Midori y Takashi Nigai. Una relación que continúa con el matrimonio y la formación de una familia cristiana y que al mismo tiempo permite al lector conocer las tradiciones y la formación tradicional de la mujer nipona.

La bomba sobre Nagasaki cae en el barrio cristiano y lo que las autoridades no habían conseguido erradicar desapareció en unos minutos abrasado y consumido. Takashi Nigai perdió a su esposa Midori a toda su hacienda. No obstante consiguió que los escasos supervivientes llegasen a entender que el sacrificio del barrio cristiano no sería en vano y que en los planes de Dios, como fruto, se iba a conseguir la libertad religiosa para el pueblo japonés.

Takashi Nigai murió a principios de los años cincuenta de leucemia. Sus últimos seis años los dedicó a escribir veinte libros muchos de los cuales tienen como primera intención transmitir el legado de su fe y su testimonio a sus hijos quienes además de haber perdido a su madre iban a perder a su padre.


noviembre 2012
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