“> Las tertulias CampoGrande eligieron la novela “La marca del meridiano”, de Lorenzo Silva, como la mejor del curso 2012-2013 . A los postres de un almuerzo celebrado el 10 de junio, en Valladolid, con Lorenzo Silva se le entregó el trofeo y se le dirigieron estas palabras:
Estimado Lorenzo Silva:
El trofeo que te vamos a entregar no sólo representa un libro con marcapáginas. Pretende convertirse en el símbolo de una inquietud por conocer el pensamiento del escritor o escritora de nuestros días, las reflexiones que ese escritor hace sobre nuestra sociedad.
Es un trofeo que pagamos entre todos con la aportación simbólica de 1€. Lo cual quiere decir que es un trofeo popular.
Es el cuarto trofeo que entregamos. El primero lo recibió José Jiménez Lozano, el segundo Reyes Calderón, el tercero María Gudín y el cuarto es para Lorenzo Silva.
Y este año el trofeo es para Loranzo Silva por su novela “La marca del meridiano”, la séptima del buen hacer del brigada Bebilacqua y de la sargento Chamorro.
Tras el asesinato del subteniente Robles, la investigación les conduce al descubrimiento de una trama de policías, guardias civiles de aduana, que aceptaban sobornos y permitían el tráfico de estupefacientes y la esclavitud sexual de jóvenes españolas y extranjeras. La novela mantiene la atención del lector en la búsqueda del culpable del linchamiento y en el intento de descubrir cuál había sido el desliz moral que le había implicado en ese lúgubre mundo.
El lector asiste a la contrita confesión de algún hecho un tanto tortuoso del que el propio Bevilacqua había sido testigo y copartícipe. En sus primeros días de guardia civil al mando del subteniente Robles, se benefició de alguna comida gratuita y de alguna bebida. Su subteniente, además, de las atenciones de alguna prostituta de la cadena para la que trabajaba. Hasta que ocurrió que un chulo con más droga de la que la razón puede controlar golpeó hasta asesinar a una de las prostitutas jóvenes de la que disfrutaba. El chulo pagó con quince años su culpa pero a la salida buscó al subteniente que lo detuvo, a Robles, a quien asesinó con la ayuda de dos marroquís que había conocido en prisión. El subteniente Robles, que ya entonces se veía que tomaba una postura desviada en su trabajo, aconsejó a Bevilacqua un cambio de destino pues era muy joven y, con el tiempo, podía verse implicado en la corrupción policial.
Fue entonces cuando se trasladó a Madrid, donde desarrolló su labor investigadora y trató de olvidar aquel episodio de su vida. Lo que el autor plantea en el fondo de esta historia es la lucha que los policías, la guarda civil o el ejército, sostienen en su vida individual. No sólo luchan contra el crimen, el robo, etc. También luchan en su interior y tratan de vencer sus concupiscencias, sus apetencias de una vida más fácil, de comodidades, de placeres. Las mismas tentaciones que debe superar el resto de los ciudadanos. Y tienen que enfrentarse a aquellos que tratan de explotar esas apetencias y hacer negocios ilícitos con ellas. Ilícitos porque con esas actividades se saltan el respeto al ser humano, a quien esclavizan como parte de ese “servicio al placer” que ofrecen.
¿Dónde está el límite que cada uno debe respetar? ¿Cuál es la marca del meridiano que no se debe traspasar? ¿Quién ha establecido esa marca? Y la última pregunta, la que deja en el aire con una insinuación, ¿quién tiene derecho a decidir dónde se coloca el límite? “(…), se me antojó una imagen simbólica. Ahí estaba, la raya que separaba el este del oeste, Barcelona de Madrid, mi ayer de mi presente y de mi futuro. Después de todo, aquella divisoria trazada sobre el globo terráqueo no era más que una convención, decidida hacía mucho tiempo por gente que ya había muerto. Como las leyes, como la moral que separa a los malos de los buenos, o a un hombre de convertirse en una especie de enterrador de sí mismo y de todo lo que un día creyó que podría ganarle a la vida.” Pág. 399
Se trata de una novela que puede llevar al lector a plantearse sobre la licitud de la propia ley. En una sociedad democrática la licitud viene decidida por el voto de la mayoría con lo que eso implica de injusticia ante una manipulación de la opinión pública: hechos reales y que pueden desgraciadamente constatarse en la historia. Lorenzo Silva no señala a la respuesta; ni tan siquiera llega a formular la pregunta. Es una cuestión clave a la que la sociedad actual intenta eludir. Pero siempre quedará ahí, en el aire, bien visible, la marca del meridiano. La necesidad de establecer un límite, que cuanto más se aproxime al derecho natural más próximo estará del apelativo “justicia”. En el trasfondo de la historia, la propia historia de España, con sus planteamientos autonómicos y sus problemas terroristas. Y su situación de crisis económica y desprestigio internacional. Crisis moral.
¿Hasta dónde la realidad y hasta dónde la ficción? Es el eterno dilema del autor y del lector. O debería de serlo. También se puede escribir para anular la capacidad de pensar, para entontecer, otro tipo de seducción. El escritor elige y el lector también sabe elegir.
Habla Bebilaqua en la pág. 142:
“Con esta mezcla de lentitud y lucidez que caracteriza al pensamiento mañanero, se me ocurrió que en cierto modo mi trabajo consistía, en aquella ocasión, en restaurar la ilusión rota, en regenerar la apariencia que se había desmoronado o que se desmoronaría en cuanto la buena gente supiera de las actividades a las que se dedicaban los supuestos servidores de la ley. Por encima acaso de otras mi tarea era la de convencer a esa buena gente, y de paso convencerme a mí mismo, de que había alguien velando para que el tinglado no se viniera definitivamente abajo, y de que ese alguien ero lo bastante listo y lo bastante competente como para enderezar lo que hubiera podido torcerse. Como había venido a enseñarnos a todos el reciente y fulminante hundimiento de las finanzas públicas y privadas, el verdadero cimiento de una sociedad es el crédito: perdido éste, aunque no sea más que un factor psicológico, y a menudo ficticio, todo lo demás se escurre por el sumidero tras él. A mí me incumbía ayudar a restablecer un crédito que no era económico, sino moral, pero a fin de cuentas se trataba de la misma idea. Y no era sólo el crédito que pudieran merecer los míos ante aquellos a quienes servían. Sino también, y ésta era la parte más peliaguda, el que yo podía merecer a mis propios ojos.”