Reyes Calderón
Martín Roca, Madrid, 2013
Efrén Porcina, el protagonista, el yo narrador que nos cuenta en primera persona una experiencia profesional de muy difícil solución, marca el talante irónico que Reyes Calderón imprime a su novela, octava en su perfil como autora.
Así Reyes se suma a la tradición literaria de elegir nombres para sus personajes que indiquen al lector su posición en la trama o su importancia en el desarrollo de la obra de literatura. Está claro que para Reyes la ironía y el humor marcan la actitud. Pero no es el único nombre propio cargado de intención; también existen otros personajes como Jaramillo el Gordo (delgado y alto como un junco), compañero del antagonista del relato, el inspector Rafael Torino, alias Lupo. No me resisto a pensar en el posible juego de palabras Torino y toreado que se viene a la cabeza después de concluir la novela. Hasta ahí llega la ironía.
Las intenciones de los autores al esconder a cada personaje creado tras un nombre muchas veces quedan en el limbo de las posibilidades que se abren en el mundo de la crítica literaria. En el caso de Reyes cabe señalar el personaje de Salomé, la secretaria y la otra Salomé, la vagabunda, que terminó siendo marginada por la sociedad tras la pérdida de su trabajo. Un juego de vidas paralelas en la estela del clásico Plutarco del que se vale la autora para incitar al lector a la reflexión sobre la dignidad de la persona y el valor del trabajo.
Efrén Porcina es un joven abogado que tras obtener su título universitario entra a trabajar, sin saber la razón, en el despacho de abogados con más relumbrón de la ciudad. Precisamente el descubrimiento de esa razón supone para Efrén el paso de la inocencia de la infancia y juventud a la dureza, crueldad y falsedad del mundo de los adultos. La respuesta a ese interrogante se hace imprescindible con la muerte de su padre y el simultáneo despido. Efrén sospecha que el despido sea la consecuencia de la muerte de su padre, un bedel de un teatro. E intentará descubrir dónde está el punto de convergencia de estos dos hechos aparentemente alejados.
Tras el despido, Efrén se convierte en un autónomo y abre un despacho “Romaní y Asociados”. Y ahí aparece Salomé, su “asociados” que ejerce de cocinera, limpia el despacho, y cumple todas las funciones necesarias para el desarrollo del trabajo de poca monta: testamentos, problemas entre vecinos, despidos improcedentes…
Será la vida “alternativa” de Salomé la circunstancia que pone a Efrén en contacto con el mundo del hampa: droga, crimen, robo, y un largo etcétera.
El planteamiento de Reyes va, como en anteriores trabajos, más allá de los hechos; busca la reflexión del lector sobre la conducta del ser humano (Efrén en este caso). El lector es consciente de la vida tan dura que al ciudadano del siglo XXI le toca vivir. Convivir con la delincuencia y tratar de sobrevivir podría interpretarse como la circunstancia justificadora de un procedimiento poco respetuoso con la ley vigente o con la moral personal o profesional (según la deontología).
La lucha de Efrén por convertirse en un abogado respetable es la misma lucha del hombre o mujer que quieren vivir en paz consigo mismos y que son conscientes de que lo profesional no es más que una faceta de la vida, una vida que se debe vivir de acuerdo con criterios morales. Y entonces surge la crisis: o se suprimen los criterios morales o se actúa de acuerdo con ellos y como consecuencia se vive en paz.
Por la novela desfilan otros muchos personajes imprescindibles en la trama también elaborada que ofrece al lector una sucesión de situaciones con finales insospechados, una espiral de actuaciones conflictivas perfectamente engarzadas y que atraen al lector: imposible dejar su lectura hasta llegar al final.