Stefan Zweig
Acantilado, Barcelona, 2012, 472 págs.
El teniente Anton Hofmiller, un joven de buen corazón y con pocos recursos económicos es invitado por el hombre más rico de la localidad donde se ubica su cuartel. El magnate, hombre de negocios judío, solo tiene una hija, que lleva algunos años postrada, incapaz de mantenerse en pie.
Hofmiller visita la casa frecuentemente, en parte porque no tiene demasiado dinero y allí le ofrecen un trato exquisito, buena comida, etc, e igualmente porque se deja llevar de un sentimiento compasivo ante la desgracia de la joven. Así le dedica unas horas de la tarde, una vez terminada su tarea en el cuartel.
El médico que asiste a la joven le explica a Hofmiller el origen de la fortuna familiar que no es de procedencia nobiliaria. En realidad Von Kekesfalva, el magnate, fue una niño sumamente pobre que consagró sus esfuerzos al trabajo y al ahorro y que por un golpe de fortuna llegó a conocer a una criada, única heredera de la fortuna de una noble austriaca. Kekesfalva ayudó a la sirvienta a negociar su herencia. No sólo se hizo con gran parte de la herencia como fruto de sus gestiones económicas sino que además, conquistó el corazón de la joven sirvienta y se casó con ella. De aquel matrimonio nació una niña bella, rubia y delicada y que tras unos años de infancia feliz enfermó y quedó prostrada definitivamente.
Kekesfalva comprende que no encontraría nunca un joven tan apuesto, tan generoso y tan noble como el teniente Hofmiller y así se muestra complaciente y amistoso con él. Su hija interpreta las visitas del teniente Hofmiller como una pretensión amorosa más que como una manifestación de compasión ante su enfermedad.
El lector es consciente del enredo en el que se encuentra el joven teniente que no quiere ofender a la joven; al contrario, su dedicación es mal interpretada por la joven y por el anciano padre Von Kekesfalva.
Una noche el anciano padre acude al cuartel y propone a Hofmiller que se convierta en el esposo de su hija y le ofrece toda su fortuna.
Hofmiller acude a la casa de Kekesfalva y acepta un anillo de compromiso y besa a la novia. Pero una vez fuera de la mansión se da cuenta del enredo y acude a la taberna donde acostumbra a reunirse con sus camaradas oficiales. La noticia de su compromiso le había precedido pues sus compañeros se cruzaron con el boticario y éste les informó que había recibido una llamada de la casa de su amigo von Kekesfalva comunicándole el compromiso.
Sus camaradas se mofan de otro compañero que se ha casado con una holandesa gorda y muy rica y Hofmiller teme aceptar públicamente que se acaba de comprometer con la hija de Kekesfalva y no impide las bromas de sus compañeros sobre su prometida y sobre su padre anciano.
Sin saber qué salida dar a sus sentimientos contradictorios, a su falta de honor por mentir a sus compañeros, y su malestar ante el propio compromiso con la joven enferma, decide que la única vía de escape es el suicidio. Pero se cruza en su camino con el superior del cuartel quien se ofrece a ayudarle en todo y, en primer lugar, lo envía a otro acuartelamiento alejado de allí.
Durante el viaje el joven teniente recuerda la advertencia de Edith sobre sus intenciones de suicidarse en el caso de que él no la aceptase por amor así que decide ponerle un telegrama dándole razón de su traslado y prometiéndole que un pronto regreso. Así, en la primera estación que para el tren durante el viaje a su nuevo destino militar, se baja e intenta poner el telegrama. Le extraña mucho la cantidad de gente que se agolpa en la estación delante de un pasquín informativo pero al fin consigue su propósito.
Al pasar por Viena, se apresura a visitar al Doctor Condor para darle toda clase de explicaciones sobre su huida y pedirle que le disculpe ante Edith pero no encuentra al doctor. No obstante le deja una carta en su casa pidiéndole que visite a la enferma.
El telegrama es devuelto al siguiente día, debido a que coincide con el asesinato de Francisco José, heredero de la corana imperial austro-húngara.
Esa noche, la primera en su nuevo destino, resulta terrible para el teniente. Y mucho más para Edith. A la mañana siguiente, el boticario herido en su honor se presenta en casa de Edith a pedir cuentas por la información que se le había facilitado. Todo lo escucha la enferma que disimula y piden que la lleven a la terraza.
Y en un descuido de todos se suicida. Su anciano padre muere al poco de pena.
El teniente Hofmiller encuentra una vía de escape a su pena por la muerte de la joven y del padre en la guerra. Se lanza a la batalla sin considerar el peligro en que pone su vida. Pero sobrevive cuando ninguno de sus compañeros lo hace como tampoco el coronel que le salvó de su propio suicidio.
Un día, ve en la ópera al Doctor Cóndor y a su esposa ciega. Pero no tiene valor para recordar su conducta con Edith y sale de la sala sin que le reconozcan.
Muy interesante es el análisis psicológico de los personajes muy influenciado por las nuevas teorías de Freud, amigo del escritor.
La estructura de novela es perfecta. Buen ritmo. Mantiene la atención del lector hasta la última página.
La fortaleza de Edith, la enferma, que sabe exigir del teniente Hofmiller sinceridad y claridad en los sentimientos que manifiesta, contrasta con la indecisión del militar quien no sabe muy bien qué es lo que siente y hasta dónde puede comprometerse y no acierta a definir lo que es compasión y lo que es amor.
El pesimismo que subyace en el relato está motivado por la vida del autor que no participa de la esperanza y aliento del sentimiento religioso y que vive en un periodo de la historia europea sacudido por dos guerras mundiales, en la segunda de las cuales se masacró a las personas que, como el autor, pertenecían a la etnia y religión judía.