Evelyn Waugh
Traducción de Caroline Phipps
Tusquets Editores, Barcelona, 2015, 410 págs.
En 1930, Evelyn Waugh se convierte al catolicismo. Provenía, como la mayor parte de los ingleses de la primera parte del siglo XX, de una familia protestante.
Ya era un escritor consagrado pues había publicado obras como Decadencia y caída, 1928 y Cuerpos viles, 1930, entre otros trabajos, antes de su conversión.
Desde sus primeras obras, podemos afirmar que estamos ante un observador crítico de la sociedad en la que vive. Por eso sus obras están llenas de comentarios sarcásticos sobre las situaciones que él considera chocantes o incorrectas. Sin separarse de lo que entendemos por “típico humor inglés”, el lector encuentra textos, en los que, mediante una alusión al divorcio, sabe provocar la sonrisa en el lector, con el juego de imágenes del trajín de los enseres de los divorciados:
“La audiencia de mi divorcio o, mejor dicho, del de mi mujer, estaba prevista aproximadamente al mismo tiempo que la boda de Brideshead. El de Julia no se tramitaría hasta el siguiente periodo de sesiones de los tribunales. Mientras tanto la mudanza general prosiguió a toda marcha: el traslado de mis pertenencias desde la vieja rectoría a mi apartamento, las de mi mujer desde mi apartamento a la vieja rectoría, las de Julia desde la casa de Rex y el castillo de Brideshead a mi domicilio, las de Rex desde Brideshead a su casa y las de la señora Muspratt desde Falmouth a Brideshead. En diferente medida, todos nos vimos sin hogar cuando de repente se hizo un alto y lord Marchmain con una afición por lo dramáticamente intempestivo declaró la intención de volver a Inglaterra y vivir sus años postreros en la vieja mansión.” Pág. 364.
El tema de esta novela no es otro que las consecuencias de las conductas inadecuadas de los padres en las futuras elecciones de vida de los hijos, y unido a ello, una crítica mordaz a la educación en la familia, que, a primera vista, podría parecer mejor una crítica a la educación de la juventud bajo la influencia de la moral católica, ya que el protagonista, Charles Ryder, el supuesto autor del relato, no es católico:
“Yo no tenía ninguna religión (…) Mis profesores de religión me dijeron que los textos bíblicos no merecían mucho crédito. Nunca me sugirieron que intentara rezar… Mi padre no iba a la iglesia salvo en caso de celebraciones familiares, y se burlaba de ella. Mi madre, creo, era devota. Hubo un tiempo en que no comprendí cómo pudo creer que su deber consistía en abandonarnos a mi padre y a mí y marcharse con una ambulancia a Serbia (…) Nunca me tomé la molestia de examinar a fondo, de aceptar lo sobrenatural como real.” Págs. 106-107
En la vida de Charles Ryder, la desaparición de su madre, aunque por distintos motivos, también fue causa de dolor. Su padre le corrige con una actitud satírica, llena de humor.
“Nunca más me expondría a los humores de mi padre; su caprichosa persecución me había convencido, mejor que cualquier reproche, de la locura de vivir por encima de mis posibilidades.” Pág. 130
Charles Ryder conoció a Sebastián, el segundo hijo varón del marqués Marchmain, en Oxford. Una amistad demasiado íntima; una costumbre que subraya el autor como no conveniente.
“- Estas amistades románticas se dan entre ingleses o alemanes, pero no entre latinos. Creo que son muy positivas, si no duran demasiado (…) Es ese amor que experimentan los niños aun antes de conocer su significado. En Inglaterra llega cuando casi sois hombres; creo que eso me gusta. Es mejor tener esa clase de amor por otro muchacho que por una muchacha. Alex, ¿sabes?, lo sintió por una muchacha, por su mujer.” Págs. 124-125
Charles se ve confuso entre el amor a Sebastián y el interés que despierta en él Julia, la hermana de Sebastián. Entre los placeres no tan inocentes de la juventud que impone sus deseos y el sentimiento de culpabilidad que padece, sobre todo, su amigo Sebastián.
“Aquel trimestre de verano junto a Sebastián, era como si me hubiera sido otorgado un breve periodo de lo que nunca había conocido: una infancia feliz. Y aunque nuestros juguetes fueran camisas de seda, licores y cigarros, y nuestras travesuras figurasen en los primeros puestos de la lista de pecados graves en todo lo que hacíamos había cierta frescura infantil que no distaba mucho e la alegría de la inocencia.” Pág. 61
A pesar de que la sociedad lo diera por admitido, él, Charles Ryder, agnóstico, experimenta cierta inquietud sobre el tema a nivel moral:
“No es sincero el relato sobre la historia de un muchacho entre adolescente y adulto, si no describe la nostalgia que siente por la sana moral de los niños, el arrepentimiento, el propósito de enmienda, y esas horas negras que, como el cero en la ruleta, aparecen con una prevista regularidad.” Pág. 80
De igual modo, aunque la sociedad acepte el divorcio, el autor pone bajo su crítica mirada, el daño que causa a los hijos:
“- ¿Ha dejado tu padre la religión?
Así, para Sebastián, la época de la vida familiar compartida por ambos progenitores significó mucho, tanto que nunca llegó a superarlo:
“Sebastián está enamorado de su propia infancia. Eso le hará muy desgraciado. Su osito de juguete, su nanny…” Pág. 126
Ese parece ser el origen de su sentimiento de culpabilidad, de su tristeza y de la huida desenfrenada hacia el alcohol.
“Me crie con un vergonzoso secreto de familia; ya sabes, papá. No se debía hablar de él delante de los criados, no se podía hablar de él delante de nosotros cuando éramos pequeños.” Pág. 196
El abandono del hogar, la inconstancia en el amor, y el mal ejemplo, las borracheras, trasciende.
“Como antaño. Los caballeros siempre estaban demasiado borrachos para reunirse con las damas.” Pág. 202
Algo parecido experimenta Julia, la hija mayor, quien se siente obligada a encontrar una solución decente para su vida.
“Quería convertirme en una mujer honesta. Ahora que lo pienso…, siempre he querido serlo.” Pág. 237
Charles se enamora de Julia y trata de comprender la influencia sobre ella de la educación en la moral católica, por comparación con la educación recibida por las jóvenes protestantes.
“Si renegaba de su fe ahora, después de haber sido criada dentro de la Iglesia, iría al infierno, mientras las muchachas protestantes que conocía, educadas en una alegre inocencia, podían casarse con primogénitos, vivir en paz con su mundo y llegar al cielo antes que ella. Julia nunca podría aspirar a casarse con un primogénito… Tenía varios puntos en contra: el escándalo de su padre…” Pág. 218
Así, la joven Julia, se lanza a la búsqueda de un hombre a la altura económica de su status social, y lo suficientemente liberar para aceptarla como hija de un matrimonio separado. Encontró a Rex, quien no era católico, y además era divorciado. Rex le pedía una relación de entrega total antes del matrimonio y Julia tomó su decisión:
“A partir de aquel momento cerró a la religión la puerta del espíritu… Después de que Julia se negara a comulgar el día de Navidad, Lady Marchmain prohibió hablar más de compromiso; prohibió a Julia y Rex que se vieran.” Pág. 227
“¡Qué boda más sórdida! En la capilla del Savoy era donde se casaban en aquella época las parejas divorciadas…, un lugar pequeño y mezquino, muy diferente de los que había soñado Rex.” Pág. 237
Regresa Lord Marchmain, próximo a la muerte, a Brideshead y la lucha de sus dos hijos mayores para que ponga su vida en orden delante de Dios, a la hora de su muerte, suponen el arrepentimiento de Julia que por segunda vez se equivoca correspondiente ahora al amor de Charles Ryder, casado y engañado por su mujer.
“¿Sabes lo que dijo papá cuando se hizo católico? Mamá me lo contó una vez. Le dijo: “Has vuelto a llevar a mi familia a la fe se sus antepasados”. Al menos, en la familia no han sido muy constantes, ¿verdad? (…) El padre Brown dijo algo así como le cogí (al ladrón) con un anzuelo y una caña invisibles, lo bastante largos como para dejarle caminar hasta el fin del mundo y hacerle regresar con un tirón del hilo.” Pág. 262
La vida de Charles Ryder, tampoco fue completamente rectilínea. Conoció a Celia, una rica heredera, excelente en relaciones públicas para un pintor que empieza.
Las infidelidades de Celia, la esposa de Charles Ryder, le llevan al protagonista a sentirse con derecho a cometer él mismo, infidelidad. Es la razón por la que, en el encuentro con Julia en el barco de vuelta a Inglaterra, se entregan ambos. Y deciden comenzar una vida juntos. El padre de Charles, con la flema y el humor propias del sarcasmo le aconseja:
“Celia fue siempre muy amable conmigo; hasta le tenía cierto cariño. Si no has sido capaz de ser feliz con ella, ¿cómo demonios esperas serlo con otra? Hazme caso, mi querido muchacho, y déjalo todo como está.” Pág. 348
“Era un hombre libre; con su breve y furtivo desliz, me había entregado mi manumisión. Mis cuernos de marido engañado me habían convertido en señor de la selva.” Pág. 317
Sin embargo, la agonía de Lord Marchmain, de nuevo en la casa familiar de Brideshead tras la muerte de Lady Marchmain, permite una reflexión a sus hijos y un deseo de arrepetimiento que había calado con la muerte de la esposa fiel, Lady Marchmain.
“Mamá agonizando con mi pecado que le devoraba las entrañas mucho más cruelmente que su propia enfermedad mortal.” Pág. 338
La misericordia de Dios y la fuerza de la gracia puede más que cualquier pasión:
“No puedo casarme contigo, Charles. No puedo estar contigo nunca más. Cuanto peor soy, más necesito a Dios. No puedo estar fuera del alcance de su misericordia. Eso es lo que significaría empezar una vida contigo; sin Él. Hoy me he dado cuenta de que no soy tan malvada como para situar a un rival a la altura de Dios”. Pág. 398
Esa gracia y esa misericordia alcanzarán también a Sebastián, cuya vida desarreglada le lleva a Marruecos primero, y a Grecia y Alemania después, sumido en una relación extraña con un desconcertante soldado alemán que terminará suicidándose en un campo de concentración nazi.