El último paciente del doctor Wilson
Reyes Calderón
Planeta, Barcelona, 2010
Intriga en pequeñas dosis; “in crescendo”, desde la primera página a la última. Un asesino en serie. Todo comienza en una cacería ilegal, porque matar gorilas es ilegal: hay que protegerlos; están en peligro de extinción. Y después de la cacería una pregunta inquietante al protagonista, Rodrigo (¿?): ¿tomaría parte en una cacería de hombres?
Lo que sustenta la novela es la pregunta filosófica, psicológica, a cerca de la posibilidad de mantener la cordura después de haber asesinado a un ser humano de una forma deliberada. Para matar a un ser humano hay que estar loco. Y si no se está, se estará a continuación. O ¿no? Y ahora la pregunta del millón: ¿qué es la cordura?, ¿cómo se puede definir a un hombre cuerdo?
El psiquiatra Ernest Wilson, coprotagonista de la novela, define el hombre cuerdo como aquel que es capaz de trabajar y de amar. Así se lo hace saber a Rodrigo quien ha trabajado como broker durante los últimos años y que acude a él para plantearle un reto científico. Si él, Rodrigo, es un hombre cuerdo “a priori”, y el psiquiatra así lo puede avalar, demostrará para la ciencia que continuará estando cuerdo tras asesinar deliberadamente y sin motivo alguno a seis seres humanos escogidos al azar. Un desafío a la psique humana. Porque uno, dos, incluso tres asesinatos podrían permitir el arrepentimiento y por lo tanto el retorno al estado previo de cordura.
Wilson, el psiquiatra, explica a Rodrigo y los lectores de la novela, que la teoría de Freud sobre los impulsos del “ello” y la superación de los impulsos mediante el “superyó” pueden tener aplicación también en el caso de los asesinatos. El “superyó” puede contrarrestar los impulsos y matizar las decisiones a la luz de principios morales o culturales.
Así, después del primer asesinato quizás surja el arrepentimiento. Quizás la autora considera demasiado benévolamente las teorías de Freud y obvia las de sus sucesores –Herbert Marcuse por ejemplo- para los cuales los “puritanismos” del “superyó” son entendidos como censura procedente de usos y costumbres sociales y, susceptibles de una pronta eliminación de las conductas sociales. Conviene dejar libre al “ello”: nada de remordimientos morales.
Para estos pensadores afines a Freud, conciencia es sinónimo de educación o cultura o sometimiento a consignas del poder. Olvidan la figura del “disidente”. Siempre, en todas las culturas, en todos los momentos históricos, aparece el “disidente”, el hombre que pese a quien pese, piensa. Y como piensa es capaz de juzgar que existe un bien y un mal que a veces no coincide con lo que la autoridad del momento designa bien o mal. Luego conciencia personal puede no coincidir con norma social, cultura o ley. Es el motor de la libertad personal.
Rodrigo elige ciudades aparentemente inconexas: Aix-Provence, en Francia; San Petersburgo, en Rusia; Hanói, en Vietnam; Johannesburgo, en Sudáfrica; San Francisco, en Estados Unidos; Barcelona, en España.
Las personas asesinadas pertenecieron a segmentos de la sociedad marginales y fueron elegidas porque, según Rodrigo “merecían morir”: una mendiga, un drogadicto, una prostituta, un traficante de diamantes, un camello, un exhibicionista. Nada en común entre ellas. Crímenes perfectos.
Pero como nada hay perfecto, el propio asesino pide a gritos que le detengan. Para ello escribe y describe su macabra conducta delictiva y se lo envía a la jueza MacHor, la protagonista de Los crímenes del número primo y de El expediente Canaima. La jueza vive su propio dilema entre dar la vida o dar la muerte: a sus casi cincuenta años se queda embarazada. Lo de siempre: recomendaciones del médico para que aborte “por si viene con malformaciones derivadas de la edad de la madre”.
MacHor aplica la justicia y decide que todo ser humano tiene derecho a la vida, prescindiendo de su sexo, raza, religión o ideología. Pero es evidente que un embarazo a esas alturas de la vida va a ser algo muy costoso para la jueza. Por de pronto tiene que acudir a Barcelona a dictar una conferencia sobre la globalización del crimen. Y es en el hotel en el que se alberga dónde alguien deja el manuscrito en el que Rodrigo pormenoriza todos sus crímenes.
MacHor lee, investiga y se lanza al reto. Claro que antes contacta con el inspector de la INTERPOL, su amigo Juan Iturri. Reyes Calderón toca temas fuertes y actuales: el aborto, el asesinato, la guerra con sus muertos… Pero lo más interesante es que hace reflexionar al lector sobre las consecuencias que estos actos producen en el verdugo.
La jueza MacHor también sufre la indiferencia por parte de su marido. No sé si es el término adecuado. Ella ama a Jaime Garache, un médico del CESIC, y él la quiere también aunque el trabajo y la costumbre le impidan descubrir en su mujer el sufrimiento, incluso el embarazo. Sin embargo, el inspector Juan Iturri, mira a los ojos a la jueza, la contempla y descubre hasta sus más profundas desesperanzas. El mundo de los afectos, de la amistad, entre hombres y mujeres que comparten las horas de trabajo, los problemas laborales y casi tanta vida como la vida del hogar, si no más. La fidelidad entre los esposos que viven la rutina en casa. Jaime quiere a Lola, la jueza, y acompaña a su esposa en los viajes que requiera la investigación. No quiere perderla y su punto de vista en la investigación, su hacer como médico, resulta decisivo en la resolución del caso. El que crea que puede leer esta novela y salir de ella como entró, que pruebe.