Rodrigo García ha ampliado el catálogo de sus mujeres. En esta ocasión son nueve. Nos da noticias de sus vidas con muy pocos elementos. Unos cuantos planos sirven para que sepamos mucho de ellas. En esto se distingue un buen creador.
Me hice fan de este director de cine con su primera película, ‘Cosas que diría con solo mirarla’ y no me ha decepcionado con la segunda, ‘Nueve vidas’. Al hijo de García Márquez le ocurre como a Gustavo Martín Garzo que está fascinado con el mundo femenino y sus obras se pueblan de las idas y venidas de mujeres que son tan reales, tan de verdad, que bien podrían funcionar como arquetipos, como modelos.
Las historias de Rodrigo García son aparentemente sencillas. Nueve historias, algunas entrecruzadas, en las que un metraje mínimo, unos minutos, sirve para describir, comprender, compadecer… a sus protagonistas. Se necesita sin embargo mucha capacidad de observación y una gran sensibilidad para llegar a este resultado con tan escasos elementos narrativos.
Me pregunto por qué el director ha elegido para sus dos primeras obras un punto de vista tan aparentemente parcial, yo que desconfío de todos los que nos adulan con asuntos como el ‘eterno femenino’ y tal… Pero que nadie se llame a engaño.
Con los personajes masculinos, aparentemente –y realmente, si tenemos en cuenta los parámetros clásicos del drama– secundarios en las historias, hace García un ejercicio de elipsis aún mayor. No es que sean importantes es que polarizan la acción y son responsables de muchos de los comportamientos que adoptan sus oponentes femeninas. ¡Qué buen contador de historias es y con que propiedad se puede decir aquí que de casta le viene al galgo!
La otra lección cinematográfica que nos ofrece el autor de estas dos películas es su aparente sencillez. (Sencillez como decía Fernando Herrero en la crítica aparecida en este periódico, entendida en su mejor sentido).
Que nadie busque grandes efectos visuales. Ni el presupuesto (monetario) ni sus presupuestos (de proyecto) dan para eso. Por delante de su cámara pasan la vida y la muerte, el dolor y la enfermedad, el amor y la soledad, la alegría de vivir, el éxito y el fracaso.
Estoy casi convencida de que la mejor virtud de este director es su pulso. Sí, la firmeza con la que ‘sostiene’ la cámara. Hay un doble juego en su mirada, objetivas e íntima al mismo tiempo. Se trata de encontrar la distancia justa. Esa distancia y unos diálogos medidos que resultan esclarecedores sin recurrir ni a las obviedades ni a la grandilocuencia son sus tesoros.
Me gustan las mujeres de Rodrigo García porque a través de ellas habla del ser humano. Habla de nosotras, sí, pero también de muchos hombres. Sus películas tendrían que ser de obligada visión en programas de convivencia, terapias de pareja y cosas por el estilo.
O una simple ocasión para reconciliarse con el cine.