Hablemos del público. El público es elemento esencial en el drama, y en un festival acaba teniendo personalidad. Vida propia.
Lo que primero llama la atención es su capacidad para llenar los espectáculos. Es sorprendente. Estás esperando en alguno de los espacios previstos a que empieza la función y estás tan sola que hasta te da corte y sacas el móvil y haces cómo que tienes muchas cosas que resolver. Piensas, si esto fuera en sala, igual habría que suspender por falta de espectadores. Y, cuando empieza la función, ya tienes problemas para que te dejen ver. ¿De dónde ha salido toda esa gente? Y de repente. Como si cayeran de los árboles.
No puedo evitar distraerme mirando al público en cada función. Sobre todo si suceden en la calle. Con los cerrados es distinto, porque la gente se corta más. Están los no avisados, los que vienen a ver qué pasa, los que ponen cara de “yo soy alguien muy serio y estoy aquí por interés científico en realidad”. Miran a los lados por si algún conocido les sorprende y acaba con su reputación en la primera reunión de la comunidad de vecinos.
Luego están los que llevan niños adosados. Los niños son un elemento muy socorrido en estos casos. “No, yo venía por la niña que le encanta esto? y ves a la niña llorando a moco tendido porque le ha asustado el tipo vestido de dj funky. ¿Y qué me dicen de los perros? Los perros, callejeros o no, tienen su lugar entre los espectadores y es de ver lo bien que se portan y soportan el tiempo que dura la función. Ni resoplan. ¿Por qué habrá siempre uno o dos perros en estos espectáculos? Es otro de los misterios del teatro de calle.
Mención aparte merecen los del negocio o los aspirantes a serlo. Porque suelen ir disfrazados, como corresponde al oficio. Es como si dijeran: yo también me dedico a esto, aunque ahora estoy en paro. Vengo a ver que hacen los colegas etc. Y sus comentarios al término te recuerdan a lo del cine forum ese.
No es raro que en alguna función se cuele el tipo ese decidido a tener su minuto de gloria ayudado por una copa de más. El que se levanta sin venir a cuento, hace que dirige la orquesta, aplaude con un entusiasmo sospechoso acaba tratanto de tú al artista, que puede que esté curtido en mil batallas callejeras, pero no tiene el cuerpo para tanta confianza. Algunos se libran por los pelos de ser solícitamente acompañados hacia la salida.
Yo con el público, me lo paso genial.