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Lecturas árticas

He vuelto. Así que estoy medio depre. He cambiado el paisaje del Ártico por el del Polígono de Argales de Valladolid. Es duro. Volver a casa no solo significa ahora abrir el buzón y encontrar las cartas atrasadas de los bancos y la publicidad caducada. Ahora hay que abrir este buzón. Y volver a sorprenderse. Siempre me sorprende encontrar cómplices en este blog anárquico en el que para más ‘inri’ no se habla de política, ni se comentan chismorreos de actualidad. Os lo agradezco. Encuentro los mensajes de quienes prefieren comentar las cosas correo mediante. Y encuentro las preguntas. Procuraré contestarlas poco a poco.
De momento, tengo pocas cosas que contar porque vengo de la soledad, de un lugar sin cines, ni tiendas, ni músicas estridentes, ni reclamos turísticos con trampa. No he visto televisión, no he escuchado la radio, y los periódicos –los pocos que alguna vez se ponían a mi alcance– no me daban miedo porque estaban escritos en un idioma demasiado lejano para mí. O quizá por todo ello tenga muchas cosas que contar. Como que aún quedan lugares donde el hombre no se ha cargado todavía la Naturaleza y ésta es tan bella que incluso duele. Apenas me he relacionado con personas y sí con bichos que sobreviven a pesar nuestro sin rastro de maldad. Hablo de focas, cormoranes (o unos primos suyos), águilas o gaviotas… Pero sobre ello volveré cuando pueda asimilarlo.
Me llevé lectura. Siempre lo hago. Lo suficientemente ligera como para que no pese y que no importe abrirla en la sala de espera de un aeropuerto. Y no me equivoqué (en lo de la ligereza, digo).
Por ejemplo, ‘Ravel’, de Jean Echenoz. Tanto que ha jaleado la crítica esta novela. Debería plantearse tanto la crítica ‘profesional’ y los que nos dedicamos a ello de vez en cuando la teoría de la relatividad. Lo de poner a cada cosa en su lugar. Lo de que hay grados. El texto de Echenoz no deja de ser una novela agradable sin más. Con unas anécdotas en torno al músico y su bolero divertidas. Pero no hay motivo para mesarse los cabellos.
Tampoco con ‘Viajes por el scriptorium’, lo último de Auster. Un homenaje particular a sus personajes. Un homenaje que al principio parece que va a dar más de lo que finalmente da. Agradable, pero como la anterior, prescindible.
Así que una vez cubierta la cuota de ‘actualidad’, acabé acudiendo a lo imprescindible. Siempre echo a la maleta uno de esos libros inagotables. A veces no los abro, porque en realidad los llevo –con lo que pesan– para que me protejan. En esta ocasión eran las cartas de Emily Dickinson. Leídas y releídas. Subrayadas y subrayadas. Y siempre nuevas.
«Cómo vive la mayor parte de la gente sin pensamientos. Hay mucha gente en el mundo (usted la debe haber notado por la calle). Cómo viven. Cómo sacan fuerza para vestirse por las mañanas», dice.
Y más adelante: «La verdad es algo tan infrecuente que es preciso decirla». Y más: «El éxtasis lo encuentro en el vivir, la mera sensación de estar viviendo es suficiente gozo».
Pues eso

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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