La gloria literaria dura poco. Sobre todo, si tiene que competir con la gloria deportiva. Lo he constatado una vez más viendo los telediarios de hoy. Apenas una ráfaga, un suspiro, sin referencias en titulares. Francisco Umbral ha sido incinerado. Ya está… Se fue.
Todos estamos impresionados por la muerte de Antonio Puerta, el jugador del Sevilla. Su juentud… Esa muerte casi en directo… La conmoción estaba en la calle. Y todos los titulares se hacían eco del fenónomeno de las dos aficiones de la ciudad andaluza unidas (ya se sabe, la rivalidad con el Betis y eso), como si, de repente, el cosmos hubiera recuperado su armonía. Pero aparte de la desgracia que a todos nos llega, Puerta era muy joven, su carrera en buena medida estaba por hacer. Su influencia, pues, en lo suyo, un deporte al fin, también.
Umbral, a su lado, un escritor que percibió, analizó e influyó en no pocos momentos trascendentes en la vida de este país, aunque lo hiciera con esa mirada irónica que tantas veces es de agradecer; que consiguió el premio Cervantes, aunque fuera discutido; que antes había conseguido otros muchos premios, pero, sobre todo, el de la atenta mirada de quien siente curiosidad por lo que pasa en su mundo, parecía hoy al lado de Puerta, un personaje algo insignificante, como de segunda fila. El héroe y el que aspiraba a serlo pero no llegó. Como si las masas –eso tan raro que tantas cosas justifica– no lo hubieran sancionado.
En esos segundos informativos que le han valido sus muchas obras estaban su mujer, unos pocos amigos y el silencio. Hasta el ‘día después’ de Maite Martínez ha tenido más gracia informativa.
No sé qué hubiera pensado el protagonista, que tanto persiguió la gloria, de este asunto. De lo que estoy segura es de que lo hubiera escrito con mucha más gracia y hubiera encontrado alguna metáfora de las que ahora yo no soy capaz.