(Publicado en E NORTE DE CASTILLA del 8 de noviembre del 2007)

Miércoles por la mañana. Como todos los días, escucho el primer informativo. Un colega se queja de que la noticia de los 53 inmigrantes que han muerto cuando estaban a punto de alcanzar el primer mundo no aparece en la primera página de algunos periódicos. También se extraña de lo variado de los nombres de referencia: inmigrantes, subsaharianos, indocumentados etc. «Con lo fácil que es decir ‘personas’», dice. Y pienso, «pues tienes razón».
A los periodistas nos vendría bien de vez en cuando caer en la cuenta de las ‘cosas’ negativas que a veces llevan pegados los términos que usamos con mucha tranquilidad. Hay interesantes estudios sobre ello. Me acuerdo de algunos de los que he leído… Mientras, el periodista sigue hablando de cómo ciertas desgracias ya no merecen una llamada en primera. El horror cotidiano, la costumbre ante la que nos encallecemos. Son muertos próximos, pienso, tan próximos como los muertos en carretera en un fin de semana, otro horror ante el que pasamos de puntillas. Pero para nosotros esos ‘inmigrantes’ no tienen nombres, su historia no es nuestra historia. Como si nos quedaran lejos… Me quedo rumiando esto y me ‘despierta’ la voz de una tertuliana que dice con toda seguridad y sin dejar un resquicio a la duda que la responsabilidad de esas muertes hay que buscarla en el Gobierno. Que esto lo ha provocado la legalización masiva que hubo al principio de la legislatura y su ‘efecto llamada’.
¡Qué cuidado deberíamos tener al afirmar ciertas cosas y en ciertos momentos! ¿Por qué no remontarnos al origen, a la forma en que se produjo la descolonización del continente africano o a la descapitalización de esos países por parte de los antiguos colonos… o al consentimiento por parte de los organizaciones internacionales de los regímenes corruptos… o a la indiferencia del primer mundo… o al hecho de que aún no se haya globalizado la decencia?
Cojo el autobús y voy rumiando estas cosas. Se nos avecina una campaña electoral. ¡Qué pereza! ¡Cuántas cosas parecidas y otras mucho peores tendremos que oír –lo de escuchar, ya veremos– una y otra vez! ¡Cuántas frases en busca de rédito inmediato sean cuales sean sus efectos! Me da un bajón.
Mentalmente ya estoy escribiendo esta columna, como hago siempre. Me he distraíado y no sé por dónde va el autobús. No reconozco el barrio ni la calle. No sé si me he pasado de parada. Miro a través de la ventanilla. El autobús se para delante de una tienda. Tiene un toldo de color naranja y lo que anuncia me de deja estupefacta: ‘cositas bonitas’. ¡Eso es lo que vende la tienda! El semáforo se pone en verde y no llego a ver lo que tiene el escaparate. Pero ¿no es maravilloso que alguien venda ‘cosas bonitas’ con la que está cayendo? Y dicho así en diminutivo como sin darse importancia… Creo que iré a comprar algo a ver si se me arregla el día.