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Para jugar un poco

Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla el 3 de enero del 2008

Es roja, tiene las tapas duras y huele como
olían los libros que estrenábamos en octubre… Me gusta mirarla así, intacta. Cuando aún no la he salpicado de café con leche, ni de maquillaje, ni ha sufrido los embates de viajar de un lado a otro metida en mi bolso. Está sin estrenar y me gusta imaginar que cada una de sus páginas en blanco es una posibilidad. Una buena posibilidad. Este año tiene 366.
Porque es mucho más que un conjunto encuadernado de páginas en blanco, perfectamente ordenado, datado y cuadriculado. En estos días de enero suelo mirarla como miraba, cuando era niña, los juguetes debajo del árbol. (No todo está perdido).
Ella es uno de los dos regalos que el año nuevo me deja en el lugar más caliente de mi casa. El otro no tiene color, olor, sabor ni tacto. El otro supone dejar a un lado la lógica, el cálculo de probabilidades, las estadísticas –oficiales o privadas– el sentido común, las opiniones de lo agoreros, y todas esas cosas que van poniendo un color gris en el calendario. El otro es un propósito con el que juego unos días hasta que queda arrumbado por esa vorágine de acontecimientos, muchos de ellos perfectamente prescindibles, que se acumulan, que acaban manchando la agenda y que para tranquilizarnos etiquetamos como ‘la vida’.
El de este año es ambicioso y atractivo. Es decir todo lo contrario de lo que recomiendan los expertos, que hasta ahí llegan las directrices y los miedos que nos meten en el cuerpo desde todos los frentes (que si propósitos que se puedan cumplir, que si frustraciones a la vista…). Pues no, el mío es todo un señor propósito. Porque sí. Porque me lo puedo permitir. Total, como su futuro es incierto, mejor que ahora tenga lustre y me apasione.
Le trato de tú, me acompaña a todas partes –aún no le he asustado– y cuando coincido con un vecino en el ascensor me pregunto si lo verá tan nítido y esplendoroso como lo veo yo.
Su compañía me da calor y confianza. Saber que está ahí me proporciona seguridad. Es como una defensa, una barrera contra la desconfianza generalizada, contra la mirada de suficiencia de los listillos, de esos que están de vuelta de todo… ¡Y usted qué mira… es mi propósito! Pues eso.
Juntos, mi agenda y mi propósito hacen buenas migas durante una temporada. Pero pronto empiezan los problemas. La agenda empieza a tener espacios en blanco con demasiada frecuencia. Por el contrario, el capítulo de asuntos pendientes empieza a crecer y cada palabra es un mudo reproche, una denuncia silenciosa.
El propósito empieza a ajarse con cada traición; le salen ojeras, como si fuera un amante despechado, empieza a perder atractivo y llega un momento en que me cuesta trabajo reconocerlo. Una y otro se alían contra mí, víctimas del mismo abandono. Del mismo desorden.
Pero nadie va a conseguir que no disfrute este momento en que todos los deseos parecen nuevos. Que los vuestros se cumplan.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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