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Lo que nunca le dije

He firmado conmigo misma una especie de contrato para no mirar mucho hacia atrás no sea que me convierta en estatua de piedra, ni siquiera de sal. Pero un día te despierta una noticia que lleva pegadas una serie de imágenes que son puro ayer y te das cuenta de que entre ellas median varios años.
La primera vez que pude hablar con Ángel González yo apenas había terminado la carrera. O sea que para mí era un privilegio. Curiosamente no recuerdo el encuentro literario que dio pie a nuestra conversación. Sí recuerdo unos vinos posteriores y unas risas. A mí, que apenas estrenaba la veintena, ya me parecía un señor mayor. Por eso quizá me sorprendieron más su alegría, su posición seductora, su vitalidad. La segunda fue con motivo de una de las segovianas Tertulias de los Martes. Y de nuevo, más que la tertulia pública recuerdo la cena posterior, la charla, las risas otra vez, sus historias sobre Alburquerque, sus ganas de vivir…
Pasaron muchos años hasta que lo encontré de nuevo –fuera de algún otro recital público. Fue en Valladolid en el 2003 con motivo de su participación en la Feria del Libro. Dudé si ponerle al corriente de nuestros anteriores encuentros. Más que nada para evitar esas suspicacias de los poetas ante los periodistas, sabedores de que lo más probable es que el interlocutor no ha tenido el gusto de toparse ni con un verso suyo. Pero me horroriza engrosar la lista de esa gente que abruma con historias a las personas que admiran y me arriesgué a que pensara de entrada que quien estaba delante no había tenido el menor contacto con él o con su obra. Contribuyó a mi silencio esa especie de mudez que me ataca ante quienes respeto o admiro.
(Y ahora es el momento de no ser hipócrita. Leí y leo su poesía con agrado y con el asombro que me produce la dificultad de lo sencillo. Pero no es la poesía a la que suelo volver una y otra vez cuando necesito guía, consuelo o alimento).
Terminada la conversación preguntó por el Museo Oriental. Le habían hablado de él y quería conocerlo. A Miguel Ángel, el fotógrafo, y a mí nos pareció más sencillo acompañarle que aturdirle con complicadas explicaciones. A esa hora de la mañana estaba cerrado pero su director, Blas Sierra, hizo una amable excepción fuera de horario. Estuve más pendiente de sus reacciones que de las piezas expuestas… Y es que sus palabras me habían dejado un gusto amargo. Por primera vez le había visto cansado y sobre todo con una tristeza poco habitual en él. Me dijo que la poesía le estaba «abandonando sigilosamente». Me sonó a despedida y hubiera querido decirle muchas cosas. Que me parecía un lujo que mantuviera intacta la sensibilidad, que admiraba su postura ética, que me parecía genial la forma en que su generación había exprimido el jugo a la vida superando todos los traumas. Pero no dije nada… Y ahora recuerdo una mañana de sol y su andar pausado…

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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