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Esa gente terapéutica

(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla del 7 de febrero del 2008)

Creo haber hablado en alguna ocasión en esta columna de esa gente que llamo ‘tóxica’, que emite tan mala vibración que cuando estás a su lado notas cómo la energía se te escapa a chorros por todos los poros de tu piel.
Pero no voy a hablar de esas personas hoy, sino de sus contrarias. De esa gente terapéutica cuya compañía tendría que figurar en las recetas de la Seguridad Social, porque evitaría muchos gastos a los contribuyentes, sobre todo en las consultas de salud mental.
¿Quién no ha tenido la agradable experiencia de encontrarse con una de esas personas que cuando sonríen te arreglan el día?
No responden a un modelo único. Ni hay estadísticas fiables acerca de si abundan más en uno u otro sexo. Yo las he encontrado en ambos, que es tanto como declarar que he tenido la suerte de encontrar más de un ejemplar de esta gente que, además, debería gozar de la declaración de especie protegida o patrimonio de la humanidad.
Pero sí se puede afirmar que comparten algunos rasgos comunes. Ya he hablado de la sonrisa. Suele ser su carta de presentación, lo cual es más meritorio, si cabe, en un tiempo en que ser una persona sonriente –o simplemente no ir por la vida con el gesto torcido o de estar por encima de todo– suele ser la vía más rápida para que a uno no le tomen en serio.
Ellos arriesgan. Sonríen y con ello te abren la puerta. Te dicen ‘puedes ponerte cómodo. Conmigo están de más las barricadas. Te mostraré mi lado más cálido’. Les suele acompañar la voz, que por un fenómeno físico no explicado científicamente se acaba ajustando a su personalidad acogedora.
Otra característica común es su forma serena y agradecida de estar en la vida. En eso me recuerdan a los árboles. Un árbol no cuestiona el lugar en el que le tocó crecer. No protestan los árboles de ciudad de la estrechez del alcorque. Entierran sus raíces hasta encontrar el sustento. Cuando los abrazas siempre recibes la misma energía. Yo no digo que esta gente no tenga sus tormentas interiores. Digo que no las exhibe de forma amarga, que las acepta como parte del contrato. De ahí que parezcan tan seguros de sí mismos. Y casi siempre tan felices.
Aceptación parece su palabra mágica. Se aceptan como son. Y eso vale tanto para lo físico como para todo lo demás. Da igual que sus medidas no se ajusten ni remotamente a los tiránicos cánones de la belleza oficial. Ni que no acierten con la ropa que les iría mejor a sus hechuras. Si, por el contrario, pertenecen a la clase de la guapura establecida no alardean. Quizá ni se hayan dado cuenta. En resumen, carecen por completo de complejos y eso hace que sean personas extraordinariamente atractivas.
El otro día conocí a una de ellas. Y aunque debía escucharla, se me iba la energía sólo en mirar. Atrapada en su aura como estaba.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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