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«¿Vas para Basora?»

Publicado en la edición impresa de EL NORTE DE CASTILLA el 27 de marzo del 2008

Nunca había oído hablar de Basora. La verdad es que había oído hablar de muy pocos lugares todavía. Pero aquel día mi padre volvió a casa con uno de esos tesoros que a veces sacaba del bolsillo del abrigo. Era un disco. Pero un disco diferente, pues en él no había canciones, ni música como en los discos que nos solía poner a mi hermano y a mí con sus melodías favoritas, sino palabras. El disco tenía un cuento. Un cuento titulado ‘Simbad el marino’ sobre el que mi padre hablaba de esa manera, mezcla de intriga y entusiasmo, con la que los mayores intentan captar la atención de los niños. El disco tenía en la portada el dibujo de Simbad, pero de esa carátula llena de colorines –yo entonces nunca hubiera utilizado la palabra ‘carátula’– salió un disco maravilloso, diferente, porque no era negro como todos los discos de vinilo –yo entonces no sabía qué era el vinilo– sino azul. El azul más extraordinario que yo había visto nunca hasta ese momento. Ni claro ni oscuro, distinto, brillante y transparente, como son los lugares de los cuentos. De la historia que contaba apenas me acuerdo. Un locutor con la voz engolada introducía la narración y otro actor, con una voz increíble –de eso sí me acuerdo– hacía de Simbad. Un Simbad que se acercaba a un puerto y le decía a un capitán que en ese momento oteaba el horizonte desde la proa de su barco: «Eh! ¿Vas para Basora»? Basora. Siempre creí que Basora sólo existía en los cuentos. Que era un lugar mágico donde todo lo bueno era posible. Era oír Basora –el disco lo escuchaba una y otra vez sólo por esa frase– y se desplegaba ante mí, como las velas de un barco, un mundo exótico y maravilloso, un mundo que imaginaba cercano al paraíso. Sabía que tenía mar y que ese mar era del mismo color azul que mi disco. Un color que sólo una vez he visto al natural, a la orilla de Cartago, pero ésa es otra historia. Debía de tener cinco años y de alguna manera me prometí que de mayor iría a Basora, donde quiera que estuviese ese sitio. Pero los cuentos tienen ogros y en los cuentos también habita el horror y la crueldad, como ayer mismo me recordaba Gustavo Martín Garzo hablando de su última novela. Y los ogros vienen a romper los sueños de los niños… Ahora cada vez que oigo Basora, bajo el color azul transparente de mi infancia, aparece la sombra trágica de la muerte más inútil, injusta y mentirosa, si es que en las muertes puede haber grados de injusticia. Basora quiere seguir siendo en mi imaginación un lugar lleno de promesas y no esas imágenes de ataúdes, de armas, de polvo y destrucción que ahora contemplo. Ahora no quiero ir a Basora porque alguien ha roto en pedazos un disco azul de mi infancia. Ha roto las huertas donde crecían los dátiles y los campos de arroz y una mancha de petróleo lo cubre todo y huele a muerte, aunque a algunos no les parezca tan mal. A mí sí.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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