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Pensando en tortugas

(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla del 3 de julio del 2008)

Guardo en la memoria una imagen de una película de Abbas Kiarostami en la que me refugio cuando aumenta la presión o cuando las cosas no salen como me gustaría. En ella se ve a una tortuga andando con la parsimonia que las caracteriza por un paisaje desértico. La imagen (creo que pertenece a ‘El viento nos llevará’, aunque el dato no importa mucho) es todo un símbolo del cine del director iraní. Ese rodar pausado que a mí me da tanta paz. La cámara sigue a la tortuga un buen rato aparentemente sin objetivo alguno y sin no recuerdo mal es una de las últimas imágenes de la película.

Pienso desde que la vi que quizá Kiarostami y yo compartamos una fascinación por estos animales a los que nadie, salvo las organizaciones que velan por evitar su extinción, presta mucha atención. Tienen poco glamour, pero a mí me fascinan y me gustaría que me enseñaran algunas cosas, pero no conozco ninguna academia de tortugas. De momento sólo soy una aspirante.

Envidio su lentitud, yo que me paso la vida corriendo de un lado para otro y que a veces tengo la sensación de que la vida me pasa por encima en vez de pasar yo a través de ella. Como si fueran conscientes de su longevidad (¿no es también envidiable?) se toman las cosas con calma. En el trayecto tienen mucho tiempo para pensar.

Envidio también su caparazón. Esa coraza que permite que sólo les afecte aquello que permiten que les afecte. O así lo quiero ver. Ese refugio donde esconder la vulnerabilidad cuando las cosas se ponen feas. Creo que es debido a eso por lo que tienen fama de cobardes. Pero como a mí me caen bien estos bichos tiendo a pensar de otra manera. No es cobardía ese desaparecer del mapa bajo la coraza cuando algo no lo ven claro, sino sabiduría.

Una de las lecciones más costosas pero más importantes de la vida es la que enseña que a veces por mucho que luchemos, por mucho que nos esforcemos, no seremos capaces de cambiar las cosas que nos gustaría cambiar. Quien tiene tendencia a no cejar en el empeño, quien fue enseñado en el ‘querer es poder’, quien tiene a gala crecerse ante las dificultades suele pagar un precio alto por admitir que, en ocasiones, las cosas son como son y no dependen de nosotros. Lamerse la arrogancia que a veces acompaña a la seguridad en uno mismo o al esfuerzo, como quien se lame una herida, es un ejercicio saludable. Es lo mismo que esconderse en el caparazón. El asunto tiene un lado positivo. Cuántas veces tras una rendición las cosas toman un rumbo inesperado. Como si se arreglaran solas. Otra lección.

De niña tuve relación con una tortuga. No con uno de esos galápagos pequeñajos que venden en los mercados como si fueran juguetes (¡pobres!) sino con una tortuga grande y feliz (así la veía yo) que vivía en un pequeño paraíso en el centro de Madrid. A mí por un lado me encantaba jugar con ella y por otro me parecía un bicho algo feo. Ahora sé que me parecería bellísima. Estos días pienso mucho en ella.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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