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Cine, nada más (5)

HABÍA curiosidad por ‘La pérdida de un diamante lágrima’, la película con la que debuta en la dirección la hasta ahora actriz y guionista Jodie Markell. La razón principal de esa curiosidad era el guionista: nada menos que Tennessee Williams, representante de esa época dorada de Hollywood en que los grandes estudios contrataban afamados escritores para dar realce a las películas o, como en el caso de Williams, también para colaborar con los directores en la adaptación de sus obras.

Es difícil que un espectador de cierta edad y algunos más jóvenes pero suficientemente informados no tengan en su memoria cinematográfica títulos como ‘Un tranvía llamado deseo’, ‘De repente, el ultimo verano’, ‘La gata sobre el tejado de zinc caliente’. Y con ellas la atmósfera del profundo Sur de los Estados Unidos, la asfixia del clima, pero también de las relaciones sociales claustrofóbicas, de la diferencia de clases, de esos caracteres femeninos indomables ante la adversidad, que habían nacido mucho antes de que la sociedad estuviera preparada para darles su sitio… Esas heroínas encarnadas por actrices de una vez como Elzabeth Taylor o Joanne Woodward. Y qué decir de sus oponentes masculinos, de los Paul Newman o Marlon Brando… Aquellas películas que estuvieron en manos de Richard Brooks o Elia Kazan. Para Elia Kazan escribió precisamente el autor de ‘El zoo de cristal’ el guión que ahora se presenta en el Festival de Valladolid. La película nunca llegó a rodarse y el guión permaneció olvidado hasta que Markell, que lo conoció a través de un profesor de Literatura, se decidió a rescatarlo del olvido.

Era inevitable hacer esas comparaciones mientras pasaba la cinta de ‘La pérdida de un diamante lágrima’ y era fácil preguntarse ¿dónde queda Tennessee Williams en todo esto?

Porque nada o casi nada de lo que caracterizaba los argumentos del escritor se encuentra aquí. Ni la atmósfera, ni la fuerza de los personajes, ni su evolución psicológica, ni la coherencia de la historia… Prácticamente a Jodie Markell le ha quedado la parte folletinesca del escritor que ganó dos veces el premio Pulitzer y que también tenía esa vertiente, a veces incluso muy agudizada.

La historia de ‘La pérdida…’ transcurre plana, sin conseguir emocionar, ni perturbar. Se ve como algo ajeno y poco convicente. La actriz protagonista, que encarna auna rica heredera que ha estudiado en París y que no traga con las convenciones sociales de su Memphis natal, no consigue transmitirnos su zozobra. ¿Por qué no se aleja de todo eso y vuelve a París como le aconseja la única mujer que parece comprenderla? El guión no lo deja claro y la referencia al salón parisino de Gertrude Stein es una impostura más en una historia que se hace larga. Demasiado larga.

Por fortuna, se programó después una de las películas más interesantes que se han visto hasta ahora en la Seminci.‘Estómago’, del brasileño Marcos Jorge.

La historia del cine ha dado excelentes títulos en películas con la comida como tema principal o asunto de fondo. Viendo el final de la que ayer se presentó en el Calderón pensaba que era el perfecto contrapunto de un filme como ‘El festín de Babette’. En ambas hay una celebración gastronómica que marca un final, que es a la vez un comienzo. Sólo que todo el refinamiento material y moral que rodea aquel banquete nórdico es aquí mugre carcelaria y corrupción.

Marcos Jorge habla de cómo el poder puede corromper, y en mayor grado a individuos con pocos recursos internos. También de las relaciones, del sexo y de cómo la comida es un asunto universal que a todos nos concierne. El protagonista de la historia, Raimundo Nonato, cambia el campo por la ciudad y una miseria por otra. Pero en el trayecto aprende a cocinar y eso le vale ocupar un lugar de prestigio en el universo, aunque sea un universo tan cerrado, opresivo y sin horizontes como una celda de una prisión en Brasil.

Una de las habilidades de este filme es el humor soterrado que recorre todo el guión y que aflora a la superficie las suficientes ocasiones para aligerar la dureza de la historia que refleja. Otra es la acertada elección de los actores. Joao Miguel, el protagonista, es un creíble paleto, un campeón de la timidez al que sólo hay que dar tiempo para que aflore lo peor de sí mismo y lo peor que refleja el mundo en el que se ve envuelto.

Y no es el único hallazgo. Carlo Briani hace un restaurador tan convincente que parecería posible que el director lo hubiera arrancado de un bistró y lo hubiera puesto en el mercado para enseñar a Raimundo cómo tiene que hacer la compra. Una película bien planteada y bien resuelta.Inteligente. Un placer.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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