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Cine, nada más (7)

HAY películas que crecen a medida que transcurre el metraje, que empiezan sin aspavientos, que no ofrecen demasiadas expectativas, pero que ante los ojos del espectador van ganando en intensidad hasta formar un relato nítido y sólido. En cambio otras empiezan de manera muy atractiva, enganchan en sus primeros planos pero luego pierden fuerza, no cumplen lo prometido inicialmente.
La Sección Oficial de la Seminci nos ofreció ayer un ejemplo de cada una. En el primer caso estaría ‘Terriblemente felices’, tercer largometraje del danés Henrik Ruben Genz. La historia transcurre en un pueblo perdido en la península de Jutlandia, al que llega Robert, el nuevo jefe de policía. No tardará en descubrir que el pueblo tiene sus propias reglas de convivencia y que sus vecinos nos están dispuestos a que ningún forastero se las cambie, por mucho que quiera cumplir el reglamento. Les gusta limpiar sus trapos sucios en casa y por paradójico que parezca se sirven para ello de una ciénaga cercana, a la que van todos los que de una forma u otra acaban ‘perturbando’ la vida ‘terriblemente feliz’ de la aldea.
La película contiene el atractivo de sus imágenes potentes, de planos bien construidos y una historia que al principio parece una más. Sin embargo, a medida que la atmósfera envuelve al espectador en la sordidez del lugar y sus habitantes, descubre que el guión guarda también cambios de rumbo que lo atrapan. El destino es difícil de esquivar viene a decir este filme que es un homenaje al ‘western’ con algunos componentes de ‘thriller’.
En el segundo caso estaría ‘La ventana’ de Carlos Sorín, director argentino que consiguió con su primer filme, ‘La película del rey’, el León de Plata en el Festival de Venecia, y que con filmes como ‘Historias mínimas’ o ‘Bombón, el perro’ demostró que las vidas aparentemente menos deslumbrantes tienen una épica digna de ser contada.
En ‘La ventana’, sin embargo, cambia de rumbo y cuenta las últimas horas en la vida de Antonio, un octogenario que acaba de sufrir un infarto y está postrado en la cama. Su hijo, avisado del estado de salud de su padre, vendrá a verlo desde Europa. Hace muchos años que la distancia entre ellos no es sólo física. Sorín se recrea en esas últimas horas de una vida, en el hombre que las vive y que en su último sueño ha recuperado una imagen de su infancia que creía olvidada para siempre. Y lo hace con economía de palabras. Valiéndose del excelente trabajo de los actores, y de una delicada manera de construir las imágenes. El problema es que le cuesta mantener la intensidad del principio. Y que esas imágenes sin duda de un director conoficio y sensibilidad no son suficientes para contar lo que pretende.
Entre ambas películas se coló ‘El frasco’, del también argentino Alberto Lecchi para poner una de esas miradas positivas y amables sobre la existencia que vienen tan bien para dar un respiro de alivio en el patio de butacas. Y que tampoco tienen grandes pretensiones. Lecchi ya estuvo en la Seminci con ‘Nueces para el amor’ y ahora vuelve con una historia romántica en la que la ironía es su mejor ingrediente. Sin ella, caerían los personajes algo excesivos ­–sobre todo el del protagonista, quizá algo caricaturesco– de esta historia sobre la posibilidad se superar el dolor y la timidez enfermiza. La ironía es un elemento tan necesario como difícil de manejar.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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