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El ruido de la Seminci

Como apenas hago otra cosa que entrar y salir del cine, esta columna se me va sola a una sala a oscuras desde la que miro el mundo estos días. El mundo que se ve desde esa pantalla es muy parecido al de fuera sólo que, como todo lo que se concentra y se da en esencia, parece más extremo. Pero es la vida al fin y al cabo. Y como mi cometido tiene que ver con la Sección Oficial de la Seminci me siento estos días una privilegiada. El Calderón es por el momento de los sitios más tranquilos donde transcurre el Festival. Quiero decir que me he librado de dos de los ‘momentazos’ de esta edición: el amotinamiento en el Manhattan –con grito de ‘¡que vuelva Frugone!’ incluido, que hay a quien le sale la chispa en los momentos críticos– y el cambio de sala a mitad de proyección en los Broadway. Es más las sesiones a los que me ha tocado ir en estas últimas salas han transcurrido con normalidad. Vale que esta también fuera una Seminci de excepción –una más en los últimos años– pero la organización debe de ser consciente a estas alturas de un fenómeno que en nada beneficia al festival en su conjunto. El usuario ni tiene por qué saber, ni le importa, de quién es en última instancia la responsabilidad (desde luego ¿a santo de qué cambiar lo que funcionaba organizativamente hablando?) o a qué mala fortuna se deben estas circunstancias. Sólo sabe que en las últimas ediciones el tema de las entradas da para varias sesiones del club de la comedia o varias chirigotas para el próximo Carnaval. A lo que voy. En la calle ¿se está hablando de cine? ¿O se está hablando del ‘follón’ de las entradas? Desgraciadamente el ruido de la Seminci está teniendo que ver una vez más con los asuntos colaterales. Entradas, acreditaciones, cambios de última hora en los actos previstos etc. etc. Todo ello aderezado con lo último: el ‘caso Metrópolis’. Primero se crea la expectación y luego se presenta ante el ciudadano de a pie un auditorio menguado hasta el límite. Se han puesto a la venta menos entradas que si fuera un concierto de cámara. Y el caso es que, si habláramos de cine, para ser una edición organizada deprisa y corriendo y con todo la tensión precedente, el nivel medio de las películas de la Sección Oficial que, al fin y al cabo es lo que importa, está siendo más que aceptable. Es verdad que no estamos viendo ninguna película de esas que nos llegue al alma, de la que hablamos largo y tendido al salir del cine porque nos ha hecho removernos en la butaca o porque nos descubre algo que desconocíamos. Pero tampoco está habiendo –escribo justo en el ecuador del certamen– ningún fiasco destacable, y hay que reconocer que los antecedentes nos hacían temer lo peor. ¿Con esto nos conformamos? Evidentemente no. Pero de esto es de lo que tendríamos que estar hablando. De futuro, de caminos a seguir, de levantar el certamen. Y en vez de eso, el Festival parece nuevo. Como si estuviera pagando la novatada.

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Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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