La crisis sigue siendo el argumento principal de todas las historias. Ya se sabe que el periodismo consiste en eso: contar una buena historia. Pero el escalofrío permanente que procede de los agujeros negros provocados por la falta de escrúpulos socialmente admitida está aderezado con noticias sobre el terrorismo internacional o la sucesión de víctimas de la violencia de género. Y en medio de todo ese horror, se siguen publicando libros de poesía. Es decir, existen los refugios.
Propongo uno de reciente aparición. Es ‘La chica de la bolsa de los peces de colores’ que ha publicado Visor y con el que su autor, Eduardo Fraile, ganó el accésit del premio Gil de Biedma. Aquí está mi Eduardo Fraile favorito. El que rememora al niño que fue, el que dialoga consigo mismo desde la distancia que pone la ironía. Sospecho que sin ella, la melaconlía sería dolorosa.
Pero, mejor, escuchémosle a él.
Este poema es el que da título al libro
“Llevaba una bolsa de peces de colores
y una camiseta negra con un verso de Verlaine.
(De Mallarmé, que me diga,
o, bueno, medio verso: La chair est triste, hélas!)
Yo dije el otro medio con excelente pronunciación
de St. Germain
des Prés: Et j’ai lu tous les livres…
Como dos espías que casan sus mitades
de una carta de baraja, a los pocos minutos
estábamos en su cama, o en la mía.
Los peces por ahí, sobre su breve
ropa interior. Lo hicimos
(el amor, el tiempo) con profusión, copiosamente,
derrochadores, francos,
sin palabras, que no fueran ininteligibles
para ambos, que hablábamos
como esculpiendo bloques de silencio
primordial.
Cuando el hambre nos atenazaba, extenuados
y felices, un ángel rojo en disfraz de motorista
nos traía kebabs, o pizzas, o menús
orientales. Los peces los pusimos en un tarro de cristal
sobre la lavadora. Qué hacer
cuando una pelirroja se propone matarte
a polvos, bella como un planeta incógnito,
eficaz, definitiva.
Fueron días de luz líquida, concreta,
que se nos escurría de las manos. Charcos
de cielo en que chapotear
como niños. “Bajo a por croissants”,
dijo entonces con la voz más deliciosa de la Tierra,
aquí en la Vía Láctea. Ssitema
Solar. Y no volvió.
Cuido sus peces
como si de su vida dependiera de algún modo la mía,
es decir, su regreso
cada vez más improbable. Les leo a Proust”.