(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla el 29 de enero del 2009)
Si. Yo también vi ‘Tengo una pregunta para usted, señor presidente’. Es más. Luego vi el ‘59 segundos’ con los directores de algunos de los principales periódicos comentando la jugada. No lo llamen masoquismo. Llámenlo deformación profesional. Me quedo más tranquila.
Objetivo cumplido. El presidente se sometió a las preguntas y al cabreo indisimulado de un grupo de ciudadanos. La televisión público se apuntó un tanto de audiencia. El programa tuvo su momento tierno con la intervención de Izaskun, la joven con síndrome de Down, que le pidió trabajo a Zapatero, y que luego fue repicado hasta la saciedad en otros medios, y las tertulias tuvieron una ocasión más para que unos analizaran el temple presidencial y otros su nerviosismo y acorralamiento. (Al parecer unos y otros habían visto el mismo programa, pero no hay pruebas).
Algo es indiscutible. Zapatero es el primer presidente de la democracia que en lugar de enclaustrarse en los momentos más duros de su mandato, al menos, tiene la decencia de dar la cara y someterse al ‘pim pam pum’ en que se convirtió el programa. Vale.
Pero ¿eso es todo? La democracia como espectáculo ¿nada más? La crisis acaparó las preguntas. Claro. La gente teme por su puesto de trabajo –el que lo tiene– y por no llegar a fin de mes. Luego vinieron los periodistas a echar mano de todos los tópicos sobre «la distancia entre lo que contamos en los periódicos y lo que le interesa a la gente y bla, bla, bla…» y todo porque nadie había preguntado por las supuestas escuchas ilegales de Madrid. ¡Vamos! Simplemente no era el lugar, ¿o quieren decir que, teniendo el estómago lleno, a la gente le importa un comino que sus representantes políticos carezcan de escrúpulos por completo? Si lo piensan con calma es un insulto y si fuera cierto, como para echarse a temblar.
Me acordaba mucho la otra noche delante del televisor –otra vez– de un programa como ‘La clave’, al que estamos mitificando a base de tragarnos banalidades. Quizá de existir en este momento, ya habría habido más de una emisión en el que expertos de verdad –y no esos que alternativamente dicen lo que los partidos quieren oír – estarían manifestándose sobre la crisis económica, su verdadero alcance, y las posibilidades reales de los gobiernos para atajarla. Contenidos que repetirían los medios, escritos y audiovisuales, y quizá de todo ello los ciudadanos, esos a los que tanto se halaga diciendo lo sabios que son y que nunca se equivocan ni votando ni preguntando, tendrían mejores elementos de juicio para saber lo que pasa, para saber qué deben exigir a sus gobernantes y por qué. Es decir, podrían hacer lo mismo pero con mucho más criterio.
Pero creo que esa no es la hoja de ruta actual. El espectáculo debe continuar. Mientras, aumenta el ruido, la formación humanística se esfuma y el nivel intelectual se equipara con los números de la crisis. Se hace tabla rasa del bajo perfil. ¿Para que sea más fácil resignarse a ser representados por la mediocridad en el mejor de los casos? ¿Eso es todo?