La imagen: un sillón desvencijado que alguien dejó en la acera de la calle y que nos trajo la pasada semana Jorge Praga en su columna de sólo unas páginas hacia atrás.
El anuncio: «Se alquila sofá por 150 euros al mes». Ambas, la imagen y el anuncio, me impactaron con sólo dos horas de diferencia.
Me quedé recostada en el sillón de ski que Jorge describía en su columna, pensando en todo eso que nos sobra y que para colmo no sabemos cómo deshacernos de ello. Me imaginaba el sillón arrastrado por alguien a quien sí le hiciera falta, quizá un par de personas sin techo, dispuestas a encontrar una ubicación para un inesperado golpe de suerte que pondría una nota de confort en la parquedad de sus cartones. ¿Se lo imaginan instalado en un cajero automático? Y en esto me asalta desde una agencia la noticia del alquiler del sofá.
«Se alquila sofá-cama. Chico o chica», rezaba el texto del anuncio según la noticia que situaba el cartel en una farola del madrileño parque de Prosperidad. La vivienda –sesenta metros cuadrados, dos dormitorios, 900 euros de alquiler – está ocupada por una pareja de inmigrantes que realquila a otras dos personas. Pero no salen las cuentas, de ahí la idea de alquilar el sofá en el recibidor. La inquilina principal explicaba las ventajas: se puede dormir a cualquier hora del día, «somos gente tranquila y no hacemos ruido en casa». El sofá, además, dispone al lado de un pequeño sitio para depositar la ropa y «está cerca de una tele». Cerca de una tele. ¿Algo así como una localidad de baja visibilidad? Con todo, el sofá ya tuvo su inquilino, un marroquí que se tuvo que marchar cuando se quedó en paro.
Esto no es una versión cutre del ‘couchsurfing’ (esa red social de gente viajera que se presta un safá para abaratar el coste del viaje ahorrándose el hotel). Para estas situaciones no aplicamos términos en inglés, ni siquiera eufemismos, porque es difícil disfrazar con el idioma un arañazo más en el derecho a una vivienda digna. La crisis, los abusos y las desigualdades consecuentes condenan a mucha gente a ser afortunada por tener el sofá donde reposan bajo techo. Todo un lujo. Pero hacen falta 150 euros, sin contar la manta y el bocadillo.
En ‘El próximo Oriente’ el cineasta Fernando Colomo hacía vivir a un grupo de folk latinoamericano –es decir, una banda de músicos callejeros, inmigrantes con oficio especializado– en el descansillo de una escalera de vecinos. Hasta que uno de ellos, el protagonista, se apiada y les deja una habitación en su piso. Son una docena pero, bien acoplados, siempre estarán mejor que en el descansillo. La vida misma.
Ahora que tanto se nos llena la boca y el tiempo con las redes sociales, esas que airean intimidades de quienes no saben cómo se llaman sus vecinos, deberíamos pensar en las únicas redes que traerían progreso, o sea, prosperidad.Las de solidaridad y justicia. Por cierto, las corralas de vecinos donde no echar una mano era inconcebible, ¿eran una red social?