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Gente rara

Hay gente rara por el mundo, y yo tengo facilidad para encontrarla. De verdad que hay gente rara, más rara aún en los tiempos que corren. Gente, por ejemplo, que se reúne para hablar de poesía y compartir sus ideas al respecto. Anda esa gente estos días por la Facultad de Filosofía y Letras, con sus poemas a cuestas, algunos aún vacilantes o recién nacidos, como si estuvieran los tiempos para líricas, sean novísimas, versátil.es o previsibles.
Entre todos ellos, hay uno de rareza extrema. (Sí, ya sé que conozco otros de los que suelo hablar, pero a este se le puede localizar estos días más fácilmente de lo habitual). No es cuestión de ir a visitarlo como quien visita a un marciano, pero si alguien se ha asomado últimamente por el Departamento de Teoría de la Literatura de la citada facultad ha podido verlo rodeado de unos cuantos aprendices de raros construyendo libros con sus manos. ¡Sí! Manuscritos bellamente encuadernados en plena explosión del libro electrónico. (Por cierto, en la entrada del Departamento hay una exposición de algunas de sus obras y de verdad que merecen una visita detenida).
En un momento en que lo que hacer furor entre los estudiantes son las aulas multimedia este personaje ha dirigido un taller titulado ‘La fábrica de libros’ y ha reunido a unos cuantos jóvenes que han experimentado por primera vez lo que siente un editor artesanal.
Fernando Menéndez, que así se llama el personaje, es poeta. Quizá tendría que haberlo dicho al principio para que todo tuviera explicación. Hace falta serlo para andar rastreando por el mundo tal o cual papel, de tal o cual calidad, textura y peso; para imaginar maneras de plegarlo, para suponer que dentro de esos pliegues y ventanas los poemas de sus amigos –tiene muchos amigos poetas… tiene muchos amigos en general– tendrán un espacio privilegiado. Hace falta constancia para pedirlos y devolverlos iluminados con una delicadeza y una pasión propia de artista. A cada cual el color preciso. Hace falta serlo para dedicar el tiempo a rebuscar pinceles, los pinceles adecuados a los trazos que acompañan los versos.
Para más originalidad, Fernando Menéndez es un tipo desprendido que anda por el mundo regalando manuscritos a los que ha dedicado horas, y convenciendo a la gente de lo valioso que es todo cuanto los demás escriben. No conozco a nadie que se dé menos importancia, que huya más de los lugares donde se decide quién y cómo. Quizá por eso su obra no sale continuamente en los papeles. En sus ratos libres enseña Filosofía en un instituto de Gijón. ¿O era al revés? No sé, porque tiene la cabeza llena de proyectos en los que intenta, casi siempre con éxito, embarcar a los amigos. Y de todas estas cosas juntas le viene su pasión por los aforismos. (Los aforismos parecen más profundos e ingeniosos cuando los incluye en sus manuscritos). Este tipo raro anda estos días por Valladolid. Por eso lo cuento.

Sobre el autor

Más que un oficio, el periodismo cultural es una forma de vida. La llevo ejerciendo desde que terminé la carrera. Hace de eso algún tiempo. Me recuerdo leyendo y escribiendo desde que tengo uso de razón. La lectura es mi vocación; la escritura, una necesidad. La Cultura, una forma de estar en el mundo. Dejo poemas a medio escribir en el bolso y en todos los armarios.


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