Hay muchas razones para ir a ver ‘Cuscús’, el tercer largometraje del cineasta tunecino Abdel Kechiche. Y perdonarle de paso su exceso de metraje. El filme dura casi tres horas no muy justificadas. Sin embargo, los seis euros de la entrada son una buena inversión cinematográfica. No he visto las anteriores películas de Kechiche, pero esta obra me invita a hacerlo. ‘Cuscús’, que obtuvo el premio del jurado del Festival de Venecia y dos premios César, nos muestra la vida de una familia del Norte de África, asentada e integrada en el Sur de Francia, que no olvida sus raíces ni su cultura. Es sobre todo la peripecia del padre, que a los 61 años es despedido del puerto donde trabaja, porque, después de más de 30 años de servicio a la empresa, ya no resulta rentable.
Este personaje interpretado por Habib Boufares es un hallazgo. La cámara fotografía de cerca un rostro taciturno y aparentemente imperturbable que esconde sin embargo más fuerza interior de lo que aparenta. Su peripecia para convertirse en empresario y de paso asegurar el futuro de sus hijos es el argumento de esta hermosa película, que en planos muy cortos y cámara al hombro retrata la vida corriente y esforzada de quienes no tienen mucho que perder. Mientras, habla de la familia, la solidaridad y los sueños. Tanto la localización, como el ambiente de la película recuerdan, sobre todo en sus inicios, los temas favoritos de Techiné, pero Kechiche tiene su propio estilo, a medio camino entre el hiperrealismo, el documental y el cine intimista.
Rodeado de buenos actores y rostros a los que sabe sacar el mejor partido, la película avanza sin prisas hacia uno de esos finales en los que el cine se acerca a la vida. ¿O era al revés
Sólo una recomendación, no conviene ir a verla con hambre.
(Fotograma de ‘Cuscús’)