(Publicado en la edición impresa de El Norte de Castilla el 7 de mayo del 2009)
¿Donde nos vemos? –En el España. Era mi respuesta invariable cuando buscaba un café tranquilo y fotogénico –no muy ruidoso a esas horas y aún no saturado por el humo– para mis entrevistas matinales o de primeras horas de la tarde. El local, además de un espacio amable, tenía un escenario, el cual jamás pisé, por supuesto, pero parecía que nos daba una excusa, un ambiente propicio para las fotografías. Al fin y al cabo no era tan rato hacer posar al entrevistado –generalmente poco dado al asunto de mirar a la cámara siguiendo las instrucciones del fotógrafo– en un lugar donde el espectáculo tenía carta de naturaleza.
¿Qué voy a hacer ahora? Lo malo no es sólo que se cierre el Café España, lo peor es que su desaparición deja un vacío –otro más– en un modelo de local que tiende a desaparecer. Porque cuando un café se cierra no lo sustituye otro café. En este caso la razón del cierre ha sido la no renovación de un alquiler o algo así; en otros, es la pura y dura especulación la que se lleva por delante estos locales, o la jubilación de sus dueños, que no encuentran sucesores dispuestos a una empresa que a estas alturas del partido se nos antoja romántica.
Hablo de los cafés. De esos lugares amplios que invitan a quedarse, donde los camareros conocen el nombre y los gustos de sus clientes y estos apenas tienen que saludar para tener delante su consumición ‘personalizada’ (la temperatura, el grado de concentración, el acompañamiento…)
El España además tenía la virtud de ir adaptándose durante una misma jornada a una clientela que variaba con las horas. Desde los desayunos o los cafés de media mañana, hasta las copas nocturnas aderezadas con fondo de flamenco o de jazz, pasando por las tertulias de la tarde y las reuniones de señoras y señores de toda la vida.
Todos teníamos cabida. Consecuentemente, el local deja muchos huérfanos. Somos todos esos a los que no nos gusta tomarnos el café con empujones en vez de con tostadas. Que odiamos el modelo nocturno de ‘tómate la copa y corre’. Son los que a la hora de la última copa no les gusta que les desalojen con un gruñido. Por no hablar de los habituales a los conciertos. Me imagino un banco (a pesar de la crisis) en el lugar que ahora ocupa el Café, o una franquicia cualquiera. Vendrán más superficies comerciales (únicas que ahora parecen tener la patente del espacio) y nos harán más horteras, más anodinamente globales.
Cuando desapareció el Café Lyon de Madrid me empezaron a sonar todas las alarmas. De momento aquí nos queda su homónimo, como resisten el Comercial o el Gijón, como resiste el Café de la Ópera en las Ramblas de Barcelona, como resiste –espero – A Brasileira en el Chiado lisboeta.
Espero que antes de que se los lleve la mediocridad imperante obtengan una calificación de interés turístico, único talismán que hoy en día les mueve a nuestros gobernantes por encima de cualquier otra consideración. ¿Toquemos madera!
(En la foto de César Hernández, el Café España)