Si hay datos que empiezan a parecerse a los del paro, por lo que tienen de preocupantes, son los que periódicamente facilita el Instituto de las Ciencias y las Artes Audiovisuales (ICAA) sobre la afluencia de espectadores a las salas de cine. Con la diferencia de que éstos no parecen reversibles por muchos planes que se pongan en marcha (que no se van a poner).
Que la forma de ver el cine está cambiando es algo que parece inevitable, pero que algunos aceptamos a regañadientes. Las cifras son contundentes y los hechos también.
Las cifras. En los seis primeros meses del año, la asistencia de espectadores a las salas bajó el 15,2% (pasó de 55,9 millones a 47,4 millones de espectadores), con respecto al mismo periodo del año anterior. Si sólo nos fijamos en el cine español, las datos son aún más negros: perdió 2,3 millones de espectadores, lo que supone el 32% del total.
Los hechos. Valladolid fue hasta no hace mucho una de las provincias de España mejor situadas en cuanto al número de butacas de cine por habitante y ese lugar de privilegio se mantuvo hasta el año pasado en que seguía ocupando el tercer lugar. El reciente cierre de los cines Parquesol habrá arañado algún puesto al ranking aunque desgraciadamente el fenómeno está tan generalizado como la gripe A.
Malas noticias para quienes seguimos viendo el cine como un gozoso acto colectivo. Y para quienes no nos resignamos a ver las películas en pantalla doméstica y en condiciones técnicas mucho más deficientes que en las salas, aunque de vez en cuando haya que soportar gélidas temperaturas, comedores de patatas fritas o a esa gente que tiene que comentar la película en susurros a su acompañante como si éste fuera ciego. Para algunos, sospecho que cada vez menos, la sala a oscuras de un cine sigue siendo un lugar donde la magia es posible, donde lo que ocurre en la pantalla te envuelve precisamente porque no estás rodeado por tu ambiente cotidiano, porque no hay luces ni ruidos extraños a la acción que puedan distraerte y porque ese momento no tiene comparación con la visión de una película pirateada en malas condiciones que para algunos parece equiparable a haberla visto.
Como el fenómeno es muy anterior a la crisis, habrá que buscar otros culpables. Y a mí se me ocurre que uno de ellos, de difícil solución, es la falta de educación de la que, en materia cinematográfica y audiovisual en general, adolece el sistema educativo español, tan poco afecto a las artes en las materias comunes.
Los aficionados de Valladolid (las malas lenguas dicen que éstos no existen salvo en la Seminci, un comentario que siempre me ha parecido exagerado pero que quizá tenga algo de razón) tenemos además otro problema: ya no es que se cierren cines, es que cada vez son más las películas que no se estrenan. La cartelera se va llenando poco a poco de lo más comercial y faltan títulos y no de los más rebuscados. Esto dice poco de una ciudad con festival con pedigree y curso de cine potente.