Hay películas que desde las imágenes que soportan los primeros títulos de crédito ya anuncian lo que te darán. (A veces, lo poco que te darán). Hay películas que empiezan flojas pero van creciendo en intensidad hasta hacer que las recordemos con gratitud y otras que, tras un comienzo intenso se pierden, en un mar de confusiones. De todo vemos estos días en la Sección Oficial de la Seminci. ‘Paco’, la única representante del cine hispanoamericano en esta edición, pertenece a las primeras. Hay desde su arranque más pretensión que contenido. En éste, una música demasiado evidente pretende añadir tensión a un filme que se pretende duro y que Al final resulta un puñado de buenas intenciones en equilibrio inestable sobre un guión que hace aguas por todas partes.
El problema de la droga, en particular de la droga barata (ese ‘paco’ del que habla el título haciendo un juego con el nombre del protagonista y que es el residuo contaminado y contaminante de la cocaína que se destina a los que no se pueden pagar el producto de primera calidad), la corrupción política, los privilegos de clase, los que aún consiguen dedicar su vida a ayudar a los demás… Demasiados temas que, con todo, podrían casar si hubiera uno que mandara sobre los demás, o existiera una columna vertebral que sustentara todo el edificio. Pero no la hay y el filme va dando bandazos, con momentos mejores y peores (los peores aquellos que tratan de ser más intesos o más tensos) y soportando desiguales interpretaciones de personajes acartonados. Norma Aleandro, la siempre en su sitio Norma Aleandro, pone algo de intensidad en un papel al que supera por todas partes. Qué oportunidad perdida de haber desarrollado un personaje que se intuye de lo más interesante de la historia. Ella es siempre una garantía en una película, pero no deberían abusar, porque en ocasiones está muy sola en esa tarea.
La mañana se enderezó con la segunda película española a concurso. Salvador García Ruiz (‘Mensaka’, ‘Las voces de la noche’) ha corrido una vez más el riesgo de una adaptación de una novela, con una historia nada fácil de llevar a la pantalla. Su ‘Castillos de cartón’ es de las que pertenecen al segundo tipo de los que hablo al principio. Va de menos a más. Y cuando se sale del cine se le agradece al director el valor y momentos de buen cine con imágenes bellas pero no pretenciosas. Tres estudiantes de Bellas Artes (dos chicos y una chica) inician como un juego un triángulo en principio sexual y después amoroso que va alcanzando complejidad a medida que la vida (la carrera) avanza. La España de los ochenta yo diría (pero no sé si por deformación vital) el Madrid de los ochenta y esa sensación de libertad que vista desde ahora y como el propio director ha dicho parece en cierta forma un espejismo. La banda sonora (“Y yo te buscaré en Groenlandia, en Perú, en el Tibet…”) de ese tiempo de buscadores en el que parecía que todo tenía tanta fuerza. Tiempo de aprendizaje: de la libertad, de los propios límites, del dolor, del amor, del sexo, de la camaradería, de la ambición o de su ausencia…
De todo ello habla la película con el mundo del arte como fondo: otro riesgo de este filme que salva García Ruiz. El arte en el cine, cuando no es documental puede acabar siendo pretencioso o artificial y aunque hay momentos de peligro se salvan con ese ‘in crescendo’ con el que se desarrolla la historia. El perro de Goya, por ejemplo, da lugar una secuencia muy lograda. Los actores, a medida que sus personajes ganan en madurez o en intensidad, parece que se contagian y sus interpretaciones siguen esa misma línea. Adriana Ugarte, Nilo Mur y Biel Durán cumplen con nota su difícil tarea, ser naturales y creíbles, tanto cuando están desnudos como cuando están vestidos, intentando dar un sentido a sus vidas, en ese momento tan resbaladizo del acceso al mundo de los adultos sin posibilidad de retorno.
La última sesión del sábado nos había procurado otro de los buenos momentos del Festival: ‘Amreeka’, de la debutante Cherien Dabies (directora neoyorkina, pero de origen árabe) cuenta una experiencia que conoce bien: la inmigración. La historia ya ha sido contada, lo que no quiere decir ni mucho menos que el tema esté agotado. Lo veremos más y estaba también en el más que interesante corto ‘A phone story’, visto en esta misma sección. La historia de Dabies aporta, entre otras cosas, el que se haga visible el muro que Israel levantó en Cisjordania complicando aún más la vida en los territorios ocupados. Muna, una mujer divorciada y madre de un adolescente, Fadi, para el que no ve futuro en su país, decide emigrar a Estados Unidos, donde vive su hermana. Pero no es un buen momento pars ser árabe en un país que acaba de invadir Irak y que vive con la obsesión del terrorismo islamista. Fadi, que se las prometía muy felices, se dará cuenta en seguida de que, si se sentía extranjero en su propio país, el lugar al que han llegado está lejos de ser la Tierra Prometida. Pero su madre le enseñará que nada es blanco o negro en el mundo real.
Cherien Dabis consigue un primer largometraje de gran realismo, rodado en buena medida con cámara al hombro y con personajes que rezuman verdad y que llevan la historia hacia un final en el que, sin eludir las dificultades que habrán de afrontar, los personajes lleva implícita la esperanza. Hay más de una categoría en la que esta película podría optar a premio.